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El 25 de marzo de este año, el hijo del líder de los locatarios del mercado Garmendia hizo pública la enfermedad de su padre. “Si algo es cierto es que tiene indicios de poder ser coronavirus” externaba en redes sociales. Lamentablemente, el comerciante falleció cuatro días después, el 29 de marzo. Las autoridades estatales y municipales tenían un caso sospechoso, pero decidieron no actuar.
Por cosas del destino, fuimos de las primeras ciudades en México en hospedar al virus. Desde el 28 de febrero, un mes antes de la muerte del comerciante, se reportaba el aislamiento de dos personas en conocido hotel de la capital. La autoridad aseguró entonces que estaba todo bajo control, que se activaron los protocolos y que los riesgos eran menores. El hotel siguió abierto por un tiempo, pero la gente se fue. Resulta imposible determinar cuántas se llevaron el virus con ellas.
La sanitización del mercado Garmendia vino días después, mientras tanto todas las actividades siguieron de manera regular. Hoy se sabe que varios locatarios resultaron con síntomas, pero la autoridad no ha profundizado en el caso. Hace apenas un par de días el mercado cerró sus puertas, a la luz de la evidencia, demasiado tarde.
“Sería muy difícil predecir el número de contagios en un foco de infección como un mercado, pero lo que sí te puedo decir es que, a las primeras sospechas, el centro de abastecimiento debió ser cerrado de inmediato”. Me comenta un experto en la salud, titular de una institución pública que me pide discreción con el nombre, “por respeto a los colegas médicos”.
Llenos de miedos e incertidumbres, ante el silencio de la autoridad de Salud que se dedica puntualmente a dar los números de la enfermedad, sin profundizar en detalles. Los sinaloenses comienzan a pedir respuestas. ¿Por qué Culiacán es una de las ciudades con más muertos? ¿Por qué nos convertimos en el epicentro de la epidemia en México? ¿Qué está haciendo la autoridad aparte de reaccionar tarde? ¿Cuántos infectados y defunciones van en realidad?
Pero la autoridad no puede ser juzgada con la misma vara, como en toda crisis hay liderazgos que sobresalen y otros que simplemente se esconden. Los ciudadanos comienzan a identificar perfectamente a gobernantes y servidores públicos; reactivos, proactivos y perdidos. También a los congruentes y a los incongruentes, a los que se están poniendo la camiseta y a los que decidieron huir.
El Gobernador debe apretar las tuercas y jalar las riendas, porque la evaluación final se hará con la suma de los esfuerzos de sus funcionarios, y en esas métricas hay quienes le aportan y quienes le restan. Se le ve preocupado y dispuesto, nadie podría dudar de sus ganas, pero los números nos están rebasando y los ojos de México voltean al noroeste del País. ¿Qué pasa en Sinaloa? ¿Qué está pasando en Culiacán?
Y al responder debemos ser justos para asumir que los ciudadanos también somos parte del problema, tan culpables por nuestras acciones irresponsables, como por las omisiones y lentitud del Gobierno. Quirino no nos mandó a las playas de Altata en Semana Santa, ni Encinas convocó a repartir despensas en la capilla de Malverde. El Gobierno no es culpable de que los ciudadanos de manera irresponsable sigan ejercitándose en el Botánico o La Lomita y sigan convocando a las reuniones familiares los fines de semana.
Una idea dolorosa pasa por mi mente, del coronavirus de Wuhan conocemos poco, pero las estadísticas no mienten. Todas las ciudades donde la enfermedad se “instaló” terminaron mal, con altísimos números de enfermos y muertos. Las autoridades deben evaluar el costo de los errores, enmendar de inmediato y retomar con firmeza el camino. Sinaloa y en particular Culiacán no debe ser espejo de Roma, Madrid, Guayaquil o Nueva York, pero en la tasa de letalidad por cada 100 mil habitantes, los números no pintan nada halagadores. ¿Lo entienden? Luego le seguimos...