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Las páginas del nuevo año rebosan siempre de futuro. Se ansía un amanecer totalmente nuevo y diferente; sobre todo, cuando el pretérito recientemente dejado no ha sido benévolo y promisorio.
Desde sus orígenes, el ser humano ha querido atisbar el tiempo por venir. “En las sociedades tradicionales los oráculos y las profecías ejercían una función que, en la modernidad, se transformó en planificación y prospectiva”, señaló Daniel Innerarity en su libro El futuro y sus enemigos.
Precisó que si los humanos se preocupan por el futuro es porque saben que depende en alguna medida de ellos. “Pero saber esto no implica que sepan también qué hacer con ese saber. A menudo lo reprimen porque pensar en el futuro distorsiona la comodidad del ahora”.
En efecto, el porvenir se gesta en nuestro actual devenir. La prospectiva se fragua en un presente que tiene amplia mirada retrospectiva. El futuro anhelado no nace por simples deseos ni por generación espontánea.
“Lo que se puede decir en rimas de Año Nuevo, ¿qué no se ha dicho mil veces? Los nuevos años vienen, van los viejos años, sabemos que soñamos, soñamos que sabemos”, afirmó la poeta y periodista Ella Wheeler Wilcox.
Sancho le dijo a don Quijote que parecía más predicador que caballero andante por su confianza en la Providencia divina, pero el hidalgo replicó:
“Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.
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