Editorial
En los últimos años, los mexicanos caminamos en contra de una de las tradiciones más ruidosas que ha sobrevivido durante siglos en nuestro País, los cohetes, juegos pirotécnicos o también llamados fuegos artificiales.
Poco a poco ha ido desapareciendo de los festejos patrios y ahora de los tiempos de Navidad y lo que sobrevive se intenta regular para evitar los accidentes que han cobrado muchas vidas o han dejado multitud de lesionados.
Lo primero que comenzó a calar en la opinión pública fueron los accidentes que los cohetes provocan en los menores de edad, generalmente las víctimas más vulnerables.
Las primeras regulaciones federales pusieron el almacenamiento, venta y distribución de los artículos con pólvora en manos de los militares, un enorme salto en un negocio temporal, pero enormemente atractivo para un sector económico de algunos estados del País.
Hoy, nuestras autoridades intentan ir más lejos. En la Ciudad de México se trabaja intensamente para regular no solo la venta y distribución de los artículos explosivos, también se busca crear una serie de medidas de protección en los lugares donde se pretenda utilizar juegos pirotécnicos.
Otro de los argumentos para impedir o controlar al máximo la venta de cohetes es el daño que provocan en los animales, argumentos que cada vez pesan más en un sociedad que poco a poco aprende a respetar y querer a sus mascotas.
Aunado a esto ha nacido un nuevo reclamo en contra de las explosiones: el daño al medio ambiente y la contaminación auditiva.
Resulta que los cohetones y los juegos pirotécnicos liberan una gran cantidad de contaminantes que afectan nuestro entorno.
Con todos estos argumentos cada vez será más difícil escuchar las explosiones de cohetes en las fiestas mexicanas, pero definitivamente nuestros niños y los asistentes a las fiestas estarán más seguros.