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La historia de las epidemias y las pandemias está estrechamente vinculada a la historia del Estado. En su libro Against the Grain, dedicado a indagar sobre los orígenes de los estados, James C. Scott narra la relación entre la aparición de la domesticación de plantas y animales, el desarrollo de los primeros órdenes estatales, surgidos, según él, del cultivo de granos -fáciles de fiscalizar para la exacción- y el desarrollo de las epidemias. Fue el hacinamiento provocado por las primeras sociedades estatales lo que dio origen a las pandemias y, también, fueron las epidemias la causa de la fragilidad y el colapso de muchos estados tempranos. Ya en nuestra era, las grandes plagas, como la Antonina o de Galeno (fue él quien la describió), posiblemente un brote de viruela o sarampión, del siglo II, o la de Justiniano, en el siglo VI, tuvieron consecuencias sociales y políticas profundas y de larga duración.
Según Douglass C. North, la gran peste que irrumpió en Europa en 1348, y que probablemente haya causado la muerte de 200 millones de personas, provocó un cambió tal en los precios relativos de los factores que fue la causa fundamental de la transformación institucional de la que surgieron los modernos estados nacionales, en la medida que la reducción de la población rural provocó un cambio mayúsculo en el poder de negociación del campesinado, que socavó definitivamente el poder de los señores feudales y favoreció el fortalecimiento de las monarquías. Así, las grandes epidemias han sido un factor determinante en el proceso de cambio histórico.
Pero si las epidemias están vinculadas al origen de la civilización y al tipo de convivencia generado por la aparición del Estado, esa organización con ventaja competitiva en la violencia que controla una población y un territorio para extraer rentas a cambio de protección y bienes colectivos, también la manera en la que se les ha enfrentado a lo largo de la historia ha tenido mucho que ver con las respuestas generadas desde el Estado, no solo para tratar de detener su expansión, sino para enfrentar las consecuencias devastadoras sobre el tejido social y la economía que dejan. Por ejemplo, hay estudios que muestran las diferencias en la recuperación económica después de la influenza mal llamada española, de hace un siglo, en los que se observa que aquellas ciudades que respondieron con medidas de aislamiento temprano no solo lograron menos mortandad, sino que tuvieron un mejor desempeño económico una vez pasada la plaga.
En la pandemia que estamos viviendo vamos a ver, no me cabe duda, que la diferencia en el impacto social y económico de la enfermedad va a depender de las respuestas de los distintos estados y esas diferencias no solo serán producto de la sabiduría de sus respectivos gobernantes, sino de la capacidad instalada de las estructuras estatales para hacer frente a la contingencia sanitaria y a sus secuelas económicas y sociales. Ya en el momento del estallido de la pandemia, lo que estamos discutiendo es si las decisiones de política son acertadas o no. Desde luego que hay diferencias notables en las respuestas de los gobiernos y que estas ya muestran diversos efectos en la diseminación de la enfermedad, pero no todas las disimilitudes son atribuibles a las decisiones de política pública, pues estas se dan en un marco de instituciones formales e informales: las prácticas culturales y el marco de reglas en el que se toman decisiones son cruciales. Y la existencia de una estructura estatal profesional, técnicamente capacitada, y de un sistema de salud bien provisto, con cobertura universal, va sin duda a atemperar el impacto de lo que en muchos lugares del mundo puede alcanzar niveles mucho más trágicos.
La circunstancia terrible en la que nos encontramos va a mostrar la relevancia de la fortaleza estatal cuando llegue la hora de hacer el balance de las respuestas, tanto las sanitarias como las económicas. Entonces veremos, estoy seguro, que el desprecio a lo estatal, difundido desde la década de 1970 por todo el mundo y que se sintetizó en el lema reaganeano de que el Estado no es la solución sino el problema, mostrará su absoluta falsedad. La destrucción del tejido estatal, en lugar de reformarlo para hacerlo cada vez más eficiente, transparente y menos corrupto, se mostrará como un gran error histórico, pues en momentos como estos es la fortaleza y la legitimidad del Estado la que lleva a superar los problemas de acción colectiva.
Después de la plaga podremos comparar el desempeño de las diversas respuestas. Tengo para mi que de esta saldrán mucho mejor librados los países que no desmantelaron sus sistemas de salud y que cuentan con amplias coberturas, lo mismo que aquellos que rompan con los dogmas del déficit cero y que echen a andar amplios programas de estímulos estatales a la recuperación económica, la protección de los más débiles, el estímulo a la demanda y la inversión en nueva infraestructura.
La crisis actual debe conducir a una nueva reflexión sobre el papel futuro del Estado y sobre la necesidad de fortalecer el orden supranacional. La Unión Europea ha mostrado que su diseño actual es insuficiente para dar una respuesta concertada, mientras que en Estados Unidos la discusión impulsada por los demócratas en su campaña electoral sobre el acceso a la salud va a reflejarse en la realidad con una crudeza extrema; en la medida en la que la enfermedad progrese, los efectos entre aquellos que no tienen cobertura alguna o la tiene insuficiente serán tremendos y deberán conducir a que la reforma sanitaria pase de eslogan de campaña a necesidad de seguridad nacional. Por lo demás, con todo y el charlatán que está en la Presidencia, la emergencia ha llevado ya a un acuerdo bipartidista sobre un enorme paquete de estímulos económicos.
Aquí en México, con un Estado ruinoso, que lleva décadas de deterioro y que no fue reformado a tiempo para que dejara de ser un sistema de botín y se convirtiera en una organización profesional con amplias capacidades técnicas, seguro el golpe va a ser contundente. A eso se le suma que el actual Gobierno, encabezado por nuestro propio charlatán, no abordó una reforma gradual del destartalado sistema de salud, sino que ha pretendido refundarlo sobre el cascajo de su demolición. Por otro lado, el empecinamiento en mantener proyectos hoy más que nunca absurdos, la negativa a abandonar la ortodoxia del no endeudamiento y la falta de comprensión de la necesidad de un paquete de estímulos económicos formidable va a dar muy, pero muy malos resultados.