Editorial
El Presidente Andrés Manuel López Obrador podrá no saber de economía, ni de cómo enfrentar una pandemia y de medio ambiente sabe lo mismo que de física cuántica, pero en el terreno político es un especialista.
El Segundo Informe de Gobierno fue un derroche de optimismo, una alegoría sin cifras, donde la felicidad de vivir en un País con todos sus problemas resueltos daba para guión de una película con final feliz.
López Obrador se alista para el próximo periodo electoral y lo hace con una presentación de fantasía, una declaración de intenciones, donde su Gobierno es el mejor que podría tener un País sumido en la pandemia y la crisis económica.
Después vendrán los miedos si nos atrevemos a cambiar de partido, se asegurará de recorrer México, pueblo por pueblo, para recordarnos que con él y su equipo en el poder somos felices.
Y si usted se atreve a decir lo contrario entrará en el terreno de los conservadores, de los saqueadores, de los corruptos, de aquellos que no tienen cabida en el paraíso terrenal que nos ha construido Morena en nuestro propio patio trasero.
De la violencia se atrevió a hablar, incluso reconoció algunos indicadores que se niegan a bajar, pero lo hizo rápidamente, como de pasada, para que aquellos índices molestos no manchen la prístina realidad nacional que nos ha construido.
De los miles de desaparecidos, de la economía asomándose a la bancarrota, del desastre provocado por una pandemia galopante, de la violencia desbordada, de eso no habló, esas son cosas del pasado, de sus antecesores.
Ahora toca mirar para adelante, toca palomear a cada uno de los candidatos de todos los partidos, ¿leyó usted bien? Sí de todos los partidos, porque al Presidente le sobra poder para alcanzar hasta a sus opositores, a los que obligará a formar parte de la perfecta armonía del País.
Si no no tendría sentido mantener un control total, hasta de la realidad.
