Sobre los impactos sanitarios y económicos del Covid-19, todos los días conversamos. Sin embargo, acostumbrados a tener conocimientos seguros y claros, la incertidumbre gana terreno en el sentimiento colectivo y poco a poco el temor y el estrés se vuelven emociones recurrentes.
¿Cuándo volveremos a salir a las calles masivamente? ¿Cuándo regresarán a clases nuestros hijos? ¿Cuándo nos presentaremos a trabajar? ¿Cuándo existirá una vacuna contra el nuevo coronavirus? ¿En qué momento haremos nuestra vida normal? ¿Cuánto tiempo más podremos resistir? ¡Nadie sabe! ¡No existen certezas! Son tiempos de incertidumbre, ruido y contrariedades.
Los cuestionamientos pueden leerse cotidianamente en redes sociales, y me atrevo a afirmar sin mayores elementos que el conteo rápido de las conversaciones y el ser un padre que acompaña las actividades académicas virtuales de una pequeña niña que cursa su tercer año de kínder, que son mayormente mujeres quienes tienen prisa por regresar al mundo que el coronavirus se llevó. Tiene sentido.
Recordemos que, potente, el himno feminista se extendió por el mundo. Mujeres de todas las edades salieron a las calles vestidas de libertad. Enérgicas corearon “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía, el violador eres tú...”, mientras el Covid-19 se propagaba, se convertía en pandemia y nos obligaba a confinarnos en nuestras casas.
Las protestas de las mujeres ocurridas en marzo pasado, no se reducen a acciones coyunturales realizadas en el marco del Día Internacional de la Mujer; en realidad se trata de un poderoso movimiento social que irrumpió en la escena pública, como lo ha hecho antes, y como actor colectivo, seguirá -¡qué bueno!- interviniendo de manera permanente en el proceso de cambio social.
Por ello, desestimo la opinión de quienes vaticinan, me parece que sin mayores elementos y de forma machista, que el coronavirus jodió al movimiento feminista y postergará su agenda política mientras reduce su independencia. Creo, por el contrario, que es la mentalidad de los individuos lo que genera su condición. En ese sentido, cotidianamente las mujeres reivindican su existencia como sujetos de cambio.
Su condición de jefas de familias, que en México alcanza al 29 por ciento del total de los hogares, cifra que aumentó 4 por ciento entre 2010 y 2015, mientras que en Sinaloa llega al 32 por ciento (Inegi 2015), es un hecho que demuestra el nivel de independencia de las mujeres, tendencia que se suma al aumento de la edad para contraer matrimonio y al nivel de incorporación de las mujeres al mercado laboral.
Sin embargo, el confinamiento ha visibilizado que en los hogares pervive el conflicto, la violencia y la desigualdad, situaciones nada distintas a las sufridas en la calle. Por ello, su lucha sigue en medio del Covid-19. Lo hacen para protegerse de la violencia, que ha repuntado notoriamente. Pero también, el regreso a clases virtuales, mutó la protesta hacia maestros universitarios por acoso y abuso sexual, de plazas públicas a redes digitales.
Tan pronto se abran las puertas de la calle, el incurable y pandémico movimiento feminista, con paliacates verdes y morados en mano, avanzará rápidamente. La Plataforma de Acción Beijing, iniciativa de Naciones Unidas para alcanzar la igualdad de género, asegura que “cada vez hay más pruebas de que el empoderamiento de las mujeres empodera a la humanidad, acelerando el crecimiento de las economías, generando familias más saludables y mejor educadas”.
Abrir paso a la agenda feminista es imprescindible para superar los impactos sanitarios y económicos del Covid-19. Y también la incertidumbre.
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