Editorial
Después del día de terror que se vivió en Culiacán, el jueves 17 de octubre por las redes han circulado innumerables hipótesis de lo que originó el operativo contra un capo del narcotráfico.
Desde conspiraciones regionales hasta complots internacionales se discuten con verdadera pasión en los foros informales que se crean de manera instantánea entre conocidos y desconocidos en las redes.
Al final, la hipótesis de un operativo mal planeado, mal ejecutado y con consecuencias inimaginables parece no contentar a nadie, en la era de la sobreinformación y los supuestos imposibles, ganan terreno las teorías disparatadas.
Sin embargo, a pesar de las miles de propuestas que intentan explicar lo inexplicable parece sostenerse una única verdad: hubo un operativo y fue un desastre.
Desde adentro se maneja la versión de un grupo de uniformados ansiosos por dar resultados, que se saltaron todas las trancas para intentar capturar un trofeo y no fueron capaces de “abortar” una misión que ya se les había salido de las manos.
Verdad o no, las acciones de los uniformados tuvieron repercusiones inesperadas a niveles nunca vistos, afectando incluso hasta la Presidencia de la República.
Si algo bueno podemos rescatar de todo esto es que nos dimos cuenta de la envergadura del problema de seguridad que sufrimos en Sinaloa y la necesidad de resolver algo que nos puede ahogar en cualquier momento.
El jueves salimos a la calle para descubrir que la delincuencia ha superado todos nuestros miedos y que es hora de que unamos todos nuestros esfuerzos para controlar un problema que se nos ha ido de las manos como sociedad.
Es tiempo de salir a aclarar cuentas con nuestros gobiernos de todos los niveles y organizarnos como sociedad para desactivar esa “bomba” que tenemos en nuestra propia casa.