Editorial
Ayer, el mundo experimentó una sacudida económica de tal magnitud que hizo estremecer los cimientos económicos del planeta entero.
El petróleo, el llamado oro negro, esa sustancia sucia y pegajosa que nos mantiene en movimiento, la base fundamental de la riqueza de decenas de países, se desplomó a niveles históricos.
Imagine, el precio del barril de la mezcla texana, uno de los precios de referencia, llegó a números negativos en los mercados internacionales, el precio más bajo en su historia, desde que en 1983 se comenzó a ofrecer en los mercados de futuro.
En el desastre del petróleo estadounidense están incluido el desastre del petróleo mexicano, una de las columnas estratégicas de nuestra economía.
¿Qué pasó? Pasó que la economía internacional navegaba de panzazo cuando se encontró de frente con el coronavirus.
La ambición, la falta de una estrategia coordinada de los países productores y el complejo mundo multipolar sin líderes ni dirección creó una sobreoferta petrolera que ahora, sin clientes, explotó.
Los distribuidores de crudo no tienen espacio dónde almacenar más crudo barato, la estrategia de Estados Unidos de ser autosuficiente en producción petrolera ha terminado colapsando los mercados.
La guerra de precios y producción entre Arabia Saudí y Rusia, la complacencia del resto, ha terminado creando el campo perfecto para que un diminuto virus destruya no solo vidas, sino a la economía completa.
Sin aviones ni automóviles ni barcos en movimiento, con la mayor parte de las empresas cerradas y las personas en casa ¿quién necesita petróleo?
Los productores han reaccionado reduciendo la producción en un 10 por ciento a nivel mundial, pero resulta que el boquete creado por la emergencia sanitaria es superior al 30 por ciento, los números no cuadran.
La crisis del petróleo es apenas el efecto en uno de los sectores de la economía, el Covid-19 amenaza con dejar su huella en muchos otros.