Arturo Santamaría Gómez
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En octubre y noviembre de 1957, cuando Adolfo Ruiz Cortines, jugaba al tahúr para ver a quien escogía como su sucesor en la Presidencia de la República, el genial cartonista Abel Quezada dibujó en el diario Excélsior a un monito con una capucha que representaba el tapado del PRI.
Ese fue el nacimiento del nombre con el que se conoce al proceso en los que un Presidente priista, y ahora también los gobernadores tricolores ante la ausencia de un Primer Mandatario de su partido en Los Pinos o en Palacio Nacional, escoge a su candidato. Antes lo hacían para sucederlo en automático, y ahora para competir por el cargo de titular del Ejecutivo.
Ruiz Cortines era un viejo zorro, y pícaro, como buen jarocho. Él, verdaderamente jugó con los varios aspirantes a subir al trono de la monarquía sexenal. Les hizo creer que eran “el bueno”. Y tan celosamente escondió las cartas el veterano político que nadie de los que sonaban fue tocado por el dedo divino. López Mateos fue la sorpresa.
Ruiz Cortines perfeccionó el tapadismo y Abel Quezada creó la imagen y el nombre popular del método priista, el cual consiste en que el Mandatario en turno moldea o simplemente escoge a su sucesor por las razones que sea, generalmente muy subjetivas, y muchas veces sin que se dé cuenta.
Hablando del origen de este mexicanísimo procedimiento, el periodista José Elías Romero con gran agudeza escribió en Excélsior el 30 de octubre de 2017:
“Adolfo Ruiz Cortines trazó el camino de su sucesión a partir de una disciplina múltiple: observar a los aspirantes; no oponerse, en apariencia, a sus aspiraciones, por lo contrario, estimularlas, aun las de los tímidos; no mostrar al elegido su predilección anticipada, mucho menos demostrarla innecesariamente a la opinión pública; realizar el trabajo aspiracional de un sucesor que no sabe que lo es, y, sobre todo, disimular. Por último, hizo su juego muy solo y sin ningún acompañante. No se conoce, hasta la fecha, de asociados o coautores de su muy extrema y hasta maquiavélica astucia sucesoria”.
Bien, si nos damos cuenta, el Gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz Coppel, parece haber seguido de cerca la estrategia de Ruiz Cortines para destapar a su candidato. Incluso, podríamos decir que la mezcló con una de las máximas que los priistas le adjudican a Jesús Reyes Heroles: “hay candidatos plomo y candidatos pluma”. Los de plomo son lanzados al ruedo para que les peguen con anticipación al destape; es decir, son meros distractores; y los candidatos pluma son los meros meros, quienes flotan ligeritos sin que nadie los toque.
Quirino, si no alentó a Juan Alfonso Mejía López a que buscara la candidatura sí permitió que el Secretario de Educación, aunque no abiertamente, se moviera en búsqueda de ella, lo cual sin querer o querer queriendo provocó que al joven doctor de la Sorbona le tupieran duro y se convirtiera en un distractor. Suena desagradable decirlo, pero fue un candidato plomo.
No obstante, el destape de Mario Zamora fue distinto en aspectos clave a los clásicos y al de Quirino. Una primer gran diferencia es que Peña Nieto, a sugerencia de David López y Alfredo del Mazo, así como, dicen otras versiones, del General Cienfuegos como refuerzo, fue el que, sin prácticamente conocerlo, se inclinó por Quirino Ordaz. En el caso de Mario Zamora, lo decidió el Gobernador pero quizá mucho influyeron las opiniones de Alito y de otros priistas de mucho peso político en el partido y el Senado.
Otra gran diferencia es que Mario Zamora no siguió la máxima de Fidel Velázquez: “el que se mueve no sale en la foto”. El mochiteco sí se movió y mucho. Buscó y encontró el apoyo de prominentes priistas, panistas y perredistas, que le dieron públicamente su apoyo. Él decidió que había que actuar abiertamente en diferentes ámbitos, a diferencia de Juan Alfonso Mejía, e incluso de Jesús Valdés, y le resultó. No sabemos si esto influyó en la decisión de Quirino, pero el hecho es que el aspirante al que menos le apostaban los periodistas locales y al que menos le concedían posibilidades los priistas sinaloenses, fue el que apareció como el ungido. En este sentido fue un verdadero tapado.
Valdés no estaba en el ánimo del Gobernador pero además, como lo está demostrando Sergio Torres, tenía en contra abundantes puntos oscuros en su trayectoria. Mario Zamora tampoco parecía de las simpatías personales del mazatleco, pero era un político más completo y técnicamente más capacitado que cualquier otro priista de Sinaloa. Perdió con Rubén Rocha y el aluvión pejista en 2018, y no ha ganado ninguna elección por mayoría, pero no se le conocen sombras sospechosas en su camino.
Quirino, finalmente, a juzgar por el destape, pensó más en las posibilidades de una candidatura fuerte, y en el futuro político de él mismo, porque sus ambiciones no han terminado, y subordinó sus afectos personales y oriundez. Su íntimo amigo, Javier Lizárraga, no fue el escogido, ni su paisano Mejía López, ambos secretarios de su Gabinete, porque no tenían los atributos del Senador.
Veremos una intensa e inédita disputa por el poder en Sinaloa: dos senadores que se conocen muy bien y que ya antes compitieron. Rocha Moya, experimentado, inteligente y popular, va adelante en las encuestas y está atrayendo a panistas, perredistas e incluso priistas desafectos de Quirino; y por otro lado vemos a Mario Zamora, hábil políticamente, talentoso y muy echado para adelante.
Pero, ¿se irán con el candidato de Morena las seguidoras de Jesús Valdés?, aunque éste parece haberse disciplinado.