Durante su trayectoria política y empresarial, Manuel “Maquío” Clouthier escribió numerosos artículos de opinión, que se publicaron en su momento en el diario El Universal, y en los que vertió conceptos y reflexiones que continúan vigentes hoy más que nunca.
Por eso en Noroeste iremos replicando algunos de esos escritos, en un espacio al que hemos titulado Letras de Maquío.
El pasado viernes se recibió nuestro hijo Manuel como ingeniero industrial en el Tecnológico de Monterrey. Pocas ocasiones nos llenan de tanta satisfacción a los padres cómo ver que nuestros hijos se van realizando y madurando como personas. Tan significativo evento en nuestra vida familiar me ha hecho meditar sobre la educación, la libertad, la familia y México.
Siempre hemos sostenido que educar es ayudar a formar individuos libres y responsables de sus actos, que la primera obligación de los padres es lograr que sus hijos les puedan decir en un plazo razonablemente corto: “Papá, mamá, gracias, ya no los necesito. Me han educado ustedes tan bien que puedo bastarme a mí mismo. Soy independiente y aunque los quiero mucho no necesito de su ayuda para sobrevivir”.
A algunas personas podrán parecerles descarnadas las anteriores palabras de un hijo a sus padres, pero pienso yo que el no poder pronunciarlas equivale a que existe una dependencia paternalista causada por haber educado en la sujeción más que en la libertad.
Todos estaremos de acuerdo en que libertad y responsabilidad son términos correlativos y que jamás podremos aspirar a ser libres si no estamos dispuestos a responsabilizarnos de nuestros actos. Así, pues, si queremos tener hijos responsables tendremos que educarlos en la libertad y asumir los riesgos que ésta conlleva. Debemos darles a nuestros hijos tanta libertad como sea posible y solo ejercer sobre ellos tanta autoridad como sea necesaria.
Este principio se llama subsidiaridad y podríamos definirlo como cada quien al máximo de sus capacidades. O podríamos decir que a ninguna sociedad o persona mayor le está permitido hacer lo que pueda realizar por sí solo el individuo o la sociedad menor. El recién nacido requiere que lo vistan los padres, pero éstos no deben seguir haciéndolo cuando el niño está grande. Ejemplos sencillos hay muchos: si los jóvenes son capaces de ir solos a la escuela, me pregunto yo ¿por qué los padres los siguen llevando aún de grandes? Entre más libertades les demos a nuestros hijos para que hagan las cosas, con todos los riesgos que esto supone, más responsables se irán haciendo.
Llevemos estos principios de que hemos venido hablando a nuestra vida política y preguntémonos: ¿cuándo tendremos un pueblo responsable en México? Responsables para hacer lo que tiene que hacer cada quien sin que el jefe, el policía o el papá los tenga que vigilar; para contraer compromisos con nosotros mismos y con la sociedad; para poder mirar a la humanidad de frente, tratando a todos como hermanos, respetando la dignidad de aquellos que están bajo nuestra autoridad y sabiendo reclamar a aquellos que ostentan el poder; para saber que autoridad es sinónimo de servicio y que solo pueden aspirar aquellos que estén dispuestos a servir a sus semejantes; para equilibrar nuestra vida armónicamente en lo familiar, lo político, lo cultural, lo económico y lo religioso, sin fallar en ninguna de estas actividades; ¡en fin!, responsables para saber que todos dependemos de todos y lo que afecta al más desarrapado de la sociedad me afecta a mí también.
Este es el proceso educativo que debe irse imponiendo. Los políticos, en su deseo de mantener sujeto al pueblo, lo tratan paternalmente y lo hacen irresponsable. Toda forma de subsidio o ayuda que no lleve una tendencia a desaparecer está castrando al pueblo. Ejemplos, otra vez, hay muchos: la forma en que el Gobierno trata al sector campesino es una relación inmadura de padre e hijo. El primero conserva su autoridad a base de mantener al otro sujeto e irresponsable. La nominación de nuestros gobernadores, presidentes municipales y de la República es una relación de papá gobierno que decide por el pueblo inmaduro e infantil.
Nada tiene de malo ser infantil. Lo triste es que lo siga siendo uno toda la vida. Manuel, nuestro hijo, ha terminado con mención honorífica su carrera, ha sido un magnífico deportista y un buen hermano, pero sobre todo siento que ya casi no nos necesita, porque es un hombre maduro y responsable. Me apena el México que le estamos dejando: una sociedad corrupta, un país quebrado que fue saqueado por los poderosos, un pueblo infantil producto de haber tolerado el paternalismo estatal; la pérdida de valores humanos como el trabajo, el ahorro y la capacidad de comprometernos con nosotros mismos y con los demás.
Por todo ello, te pido perdón y refrendo mi compromiso de seguir luchando para ver si a tus hermanos les toca algo mejor.