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El Presidente de la República no pude vivir sin enfrentar complós. Desde que empezó abiertamente a aspirar a la Presidencia, López Obrador ha denunciado ser víctima de contubernios organizados para cerrarle el paso, para evitar que se pueda convertir en el paladín de la justicia que imagina es, al grado de que su manera de pronunciar la palabra, así sin la t final, ha sido uno de los caballitos de batallan de quienes se mofan de su manera de hablar.
Así, polar, entiende López Obrador al mundo y esa forma de razonar, con rasgos paranoides, ha sido una de sus ventajas competitivas en su carrera política. La historia está llena de ejemplos que nutren la teoría planteada en ciernes por el gran Elías Canetti y desarrollada después, entre otros, por Robert S. Robins y Jerrold M. Post -uno politólogo y el otro psiquiatra, que trabajaron de consuno en un libro sobre la paranoia política que lleva por subtítulo “La piscopolítica del odio”- de que las personalidades paranoides suelen ser especialmente exitosas en la política.
No todos los políticos con esos rasgos de personalidad son unos psicópatas: los rasgos paranoides están muy extendidos entre la población y tuvieron ventajas evolutivas para nuestra especie, aunque aparecen en muy diversos grados en la población global. De ahí que los demagogos paranoides suenen convincentes a la gente y consigan muchos seguidores, creyentes en el mundo binario del bien y el mal. Solo las formas exacerbadas de paranoia son patológicas, y en algunos casos pasan inadvertidas cuando las poseen los políticos, lo que explica el encumbramiento de tiranos atroces, asesinos compulsivos. Pero nunca, ni los casos menos graves, resultan en gobiernos virtuosos y con frecuencia son muy poco eficaces para reducir la violencia; incluso, al contrario, la suelen exacerbar.
La digresión anterior viene a cuento porque explica mucho del sainete del martes, cuando el Presidente presentó, con el apoyo de su experto de cabecera en comunicación política, la prueba de un supuesto compló opositor: un documento en el que se planteaba la estrategia para unir fuerzas de todos los partidos contrarios a su Gobierno, con el apoyo de los intelectuales que se han mostrado más críticos respecto al Gobierno, para arrebatarle la mayoría en la Cámara de Diputados a Morena en las elecciones de 2021 y revocar el mandato de López Obrador en 2022. De haber sido cierto el proyecto de alianza, nada habría tenido de ilegal, salvo que en el documento se pretendía involucrar al INE y al TEPJF en la conjura, pero la fabricación resultó tan burda que fracasó en la cuna y ni las huestes vociferantes de los fanáticos del Gobierno insistieron en su malevolencia en las redes después de unos primeros minutos.
El documento parecía una superchería de las que hacía la Dirección Federal de Seguridad de los tiempos de Díaz Ordaz. Imagino que algún genio de la oficina de comunicación de la Presidencia de la República vendió la idea de que era un buen momento para cambiar el foco de atención del público del desastre en el que está entrando México. Aunque el Presidente alardea de un supuesto éxito en el control de la epidemia que es envidia del mundo, los datos muestran que la curva no se aplana y la reactivación parcial prematura que ha incitado con la irresponsabilidad de su gira de la semana pasada -en medio de una pandemia y una tormenta tropical, para hacer el ridículo al darle el banderazo de salida a una locomotora chatarra en representación del supuestamente futurista tren maya que, después supimos, va a usar motores de diesel, a la vanguardia de la tecnología mundial- solo ha contribuido a agravar la situación.
Así, la farsa de la conjura imaginaria ha dejado como unos necios no a los supuestos conspiradores, sino a quienes urdieron la falsificación al estilo de los Protocolos de los Sabios de Sion, pero sin talento. Mientras tanto, el desempleo crece de manera aterradora, como lo explicó Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México en un artículo muy didáctico esta misma semana, según el cual el desempleo real supera ya los 25 puntos porcentuales, tasa nunca antes alcanzada en México, mientras que la brecha laboral superaría el 50 por ciento, cuando en marzo andaba por el 20. Una crisis laboral escalofriante, como bien dice Heath.
La farsa sería desternillante si no mostrara signos ominosos. El tono con el que comenzaron a difundirla era amenazante: ahí estaban las pruebas de la traición a la patria, del delito de lesa majestad. Se subrayaban las aviesas intenciones de cabildear en Washington e involucrar al INE y al TEPJ. El señor del gran poder podría con ese pretexto enderezar las baterías contra los traidores, los cangrejos, los vendepatrias conservadores, y justificaría su andanada contra el órgano electoral que tanto le molesta. Además de desviar la atención de los temas que muestran la ineptitud gubernamental para lidiar con la crisis, el bulo podría usarse como espada de Damocles contra la oposición. Por fortuna, la chapuza fue tan grande, desde el nombre del supuesto bloque, que todo quedó en una salsa de la Sonora Santanera.