Agradezco a Noroeste, por conducto de su Director General Adrián López, su disposición en publicar la siguiente colaboración.
Jesucita Neda, se trasladó a Culiacán para dedicarse a la docencia en su Colegio Teresa Villegas (nombrado en honor a su mentora del Instituto Independencia de Mazatlán). El Colegio se ubicaba en la esquina de Ángel Flores y Morelos donde fue El Hogar Moderno, y operó hasta 1922, cuando se convierte en Escuela Federal Número Uno, la primera de su tipo en el Estado.
Destaco en este contexto, las letras publicadas en 1919, por el poeta sinaloense Jesús G. Andrade, en ocasión de la ceremonia de fin de curso escolar: LOS NIÑOS.
A Rosario Depraect.
Dejad que vengan a mì los niños., San Lucas Capítulo XVLLL. Versículo 16.
En un día bíblico de aquel tiempo santo, el dulce Maestro Jesús dijo así, con su voz divina de inefable encanto: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.
Clamoroso enjambre de almas infantiles, se agrupaba en torno del Dios de Israel, como esos querubes de rostros gentiles, que en místicos lienzos pintó Rafael.
Unos eran rubios como el alba plena, de flotantes rizos cual dorado tul, de cuello impoluto como la azucena, de largas pestañas y pupila azul.
Morenos los otros, porque los destellos del sol, los besaron con su irradiación, como a Sualmita de brunos cabellos, que al vibrar del harpa, cantó Salomón.
Y la sacra mano de paz y clemencia, que encendió en los astros eterno fulgor, bendijo los niños, vasos de inocencia, fuentes de ternura, nidos de candor.
Y puso en sus ojos la luz de la aurora, perfumó su aliento con nardo y jazmín, dio a su voz el trino del ave canora, y a su boca el tinto del vivo carmín.
Por eso en los niños hay algo celeste, que evoca, al mirarlos, su patria inmortal, sus alas ocultan la cándida veste, y un nimbo decora su frente ideal.
Son cual serafines que al dejar el cielo, de la noche rasgan el negro capuz, y desde la altura desplegan el vuelo, trazando en el éter estelas de luz.
Su tez tiene el suave matiz de las pomas, su frente la albura del casto vellón, sus manos semejan dos blancas palomas, que tienen al viento su níveo plumón.
Ellos no conocen de la vida el duelo, que en el hombre clava su garra feroz, su dulce sonrisa nos habla del cielo, su ingenua mirada nos habla de Dios.
Tiernas e inocentes almas de los niños, flores virginales de esplendor filiar, ¿qué son junto a ellas todos los armiños que luce triunfante la pompa imperial?
Ni la blanca espuma que en el mar se agita, ni el cisne orgulloso de blanco pompón, ni el encaje blanco de la estalactita, blancos como el alma de los niños son.
Tú, bella mentora, haz que tu palabra sea de los niños amparo y sostén, y tu pensamiento sus raudales abra, derramando en ellos, la virtud y el bien.
Y si el mundo inícuo con su torpe cieno, de ti los aparta, que el mundo es así, dile como un día Jesús Nazareno: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.
Culiacán, Sinaloa, 30 de Junio 1919.
JESUS G. ANDRADE.
Volviendo a tiempo actual. Sin duda el confinamiento por la pandemia, vino a modificar las rutinas y actividades en nuestras vidas cotidianas. De manera súbita, muchos padres pasaron a tutelar la escuela de sus hijos pequeños. Los estudiantes, ahora aprenden en línea o por televisión. Posiblemente, cuando esto termine, revalorarán las tareas y regalos básicos que daban por hecho y la participación en las actividades hogareñas que ahora son más.
Cuan valioso resultará para papá o mamá, presentes en parcialidades por la prisa de la vida cotidiana, reorganizar el tiempo en función de realizar nuevas dinámicas familiares con sus hijos, ya sea para pasar un buen tiempo juntos o para reorganizar la actividad económica para el sostenimiento de la familia en el nuevo orden.
Cuán loable resultará la actividad magisterial en línea, de todos estos meses (más lo que sea necesario), para que la transmisión del conocimiento se concrete, y el gremio estudiantil apruebe el ciclo escolar sin graduaciones, sin homenajes, sin ceremonias, pero sí, con un gran esfuerzo de adaptación de educantes y educandos en cual no haya quedado encerrado ni la imaginación, ni el ímpetu, ni las inteligencias.
Los versos arriba transcritos, dedicados a Rosario Depraect, fueron declamados por ella misma. Se casó después con Carlos Murillo Retamoza, fueron los abuelos maternos. Mi mamá y sus hermanos, los Murillo Depraect, los han conservando como gran tesoro, honrando la vida de una gran mujer muy trabajadora y buena. Va para ellos, con dedicatoria especial y gran respeto esta colaboración, en recuerdo a que somos todos descendientes de generaciones de sobrevivientes que supieron sortear las crisis y tuvieron una vida plena.
Vamos a seguir poniendo lo mejor de nosotros, ya faltan menos semanas.