pabloayala2070@gmail.com
A Pilar
Miguel
El encierro en casa, así con todas sus letras, encierro total, duró 15 días. A partir de ahí hizo unas cuantas salidas equipadísimo con cubrebocasmáscarageltoallitashúmedas. Dejaba la casa solo para lo indispensable: comprar algo en la farmacia, el supermercado, la cita mensual del hijo con el médico y ver algún cliente que no quería tratar nada por zoom. Sus habilidades para el autocuidado fueron tantas como las nuevas salidas: oficina, misas, comer en un restaurante súper seguro, ir a casa de la mamá... Para fines de mayo, Miguel, estaba más saludable que un encino silvestre.
Poco a poco estiró la liga; paseos en bicicleta con otros amigos tan responsables como él, celebración de cumpleaños en casa y la carne asada para celebrar su cumpleaños número 50; una fecha así no podía dejarse pasar. No sabe si fue en alguna foto, algún abrazo al estilo “sana distancia”, cuando estaba asando la carne o cómo, el asunto es que a los seis días comenzó a sentir que le estallaba la cabeza y le faltaba un poco el aire. Su esposa, para evitar cualquier sorpresa, le pidió a uno de sus vecinos que lo viera. Después de una rápida revisión, este le recomendó que fuera a la de ya a internarse a un hospital.
“¿internarse Mario? ¿Así de mal está? Letty, no es que esté muy mal, pero si no se atiende ahora, se van a complicar mucho las cosas. La oxigenación la trae en 85; yo diría que te lo llevaras ahora mismo”.
Al octavo día de su festejo, Miguel estaba intubado en una cama de hospital. Pero como siempre la suerte le ha sonreído, logró volver a su vida normal, acompañado de un silbidito en el pecho y el rostro estragado.
Mario
No lleva la cuenta de los pacientes contagiados que ha atendido. Como intensivista, solo tiene algo en mente: evitar el daño. A sus 54 años tiene la energía de un niño de 7. 40 minutos de banda diarios, muy poca carne roja y un par de cervezas en su cumpleaños, le tienen convertido en un figurín comparado con sus dos hermanos, cuñados y vecinos. Un poco de disciplina siempre paga.
Desde que comenzó la pandemia el hospital ha tenido las camas llenas. Se volvieron “camas calientes” como sucede en las maquiladoras chinas; los enfermeros casi al mismo tiempo levantan a un paciente y acomodan al otro. El trabajo le tiene agotado y nervioso.
Mario teme contagiarse y, sobre todo, contagiar a su familia. Organizado como es, previó tomarse el viernes. El descanso casi era total hasta que a media tarde recibió la llamada de Letty, su vecina. “Por favor, Mario no seas malo, échale una vueltecita a Miguel, no lo veo nada bien. Dame unos cinco minutos y estoy con ustedes -contestó-.
Mario no sabe si fue en la casa de Letty y Miguel o dónde contrajo el Covid-19, lo cierto es que duró 15 días intubado y, tras una larga terapia para tratar su fibrosis pulmonar, no tiene el valor ni ganas de regresar al hospital.
El desgano de Mario es el mismo que sienten muchos médicos y enfermeras que están en la primera línea de atención en los hospitales Covid. El cansancio, angustia y el miedo está sobreponiéndose a los principios del juramento hipocrático que prometieron respetar y seguir. Saben que cada día, paciente o cambio de ropa puede ser el inicio del fin. Si bien es cierto muchos se salvan, no todos los pacientes de Covid-19 pueden librar la batalla. Los casi 79 mil muertos no dejan mentir.
Buena parte del personal médico de los hospitales, además de agotado por las extenuantes jornadas, está-harto-y-muy-encabronado de jugarse la vida cuando se debe a la irresponsabilidad de otros. ¿Cuántos Migueles llegan a los hospitales cada día? ¿Cuántas personas que se esfuerzan y esmeran para contagiarse en restaurantes, carnes asadas, festejos de cumpleaños y paseos por el centro comercial han arruinado la vida y familias de médicos y enfermeras?
Motivados por conocer “Cómo definen los pacientes a un buen médico, y cómo definen los médicos a un buen paciente”, un grupo de seis académicos realizó una investigación en la que encuestaron a 107 pacientes y 115 médicos que trabajaban en el mismo hospital. Los resultados obtenidos podrían resumirse en lo siguiente:
Los pacientes opinan que un buen médico es aquel que: es científicamente competente (acertado en sus diagnósticos y prescripciones, habilidoso en lo técnico y lo terapéutico, con conocimientos actualizados, etc.), es sensible a las emociones del paciente (escucha y comprende sus necesidades, es empático con sus problemas, etc.), tiene una personalidad positiva (amable, cálido, risueño, respetuoso, le habla a quien consulta por su nombre, etc.), se adapta a las características individuales de quienes trata (considera e incluye a estos en las decisiones médicas que habrán de tomarse), sabe comunicarse, habla con la verdad (es honesto, no miente), no está interesado en el dinero, sino en la salud y trabaja en equipo.
Por el contrario, el mal médico, a decir de los pacientes, es aquel que: se muestra insensible (no es empático, no escucha), solo está interesado en el dinero, tiene una personalidad negativa (es grosero, no se dirige al paciente por su nombre, etc.), no se adapta a las necesidades de quienes consulta (les ve como a uno más de muchos, no le interesa conocer su opinión, etc.), no está científicamente bien preparado, es un mal comunicador, pocas veces está disponible (siempre está apurado, no toma las llamadas, etc.), no habla con la verdad, ni se apoya en otros equipos.
Por su parte, los médicos opinan que un buen paciente es aquel que: confía en el doctor, no tiene una actitud conflictiva (ni sus familiares), obedece todas las indicaciones (con cierta docilidad), se apega al tratamiento y lo continúa, comparte (acepta) la decisión tomada por el médico y, entre otras cosas, escucha lo que se le dice y lo atiende. El mal paciente hace lo contrario a lo que caracteriza al bueno.
Como sabemos, ahora que el otoño está llamando a la puerta se incrementará el número de casos de personas que deberán ser hospitalizadas a causa de la influenza, compitiendo por los mismos espacios que requerirán los nuevos contagiados por Covid-19, ya que la curva de este aún no termina por domarse.
Ambos grupos de pacientes, muy probablemente, serán atendidos por los médicos y enfermeras que ahora están en el frente de batalla Covid, con la diferencia que ahora estos estarán mucho más quemados, incluso, desanimados y resentidos al saber que buena parte de los pacientes encovidados fueron internados, no solo porque están enfermos, sino porque se lo buscaron.