Es normal que nos quejemos de la insensibilidad social ante las carencias y necesidades de los demás, que lamentemos el descuido en la práctica de los valores morales, que nos indigne el deterioro y retroceso en la vivencia de lo que constituye la esencia misma de la humanidad.
Casi siempre se lo atribuimos a la mentalidad consumista e individualista, al culto y primacía que se rinde a lo tecnológico por encima del humanismo. Sí, en parte es cierto, pero no se debe olvidar que las raíces de esta problemática son más añejas.
Desde la antigüedad se privilegió la razón sobre la emoción. Aristóteles definió al hombre como un ser racional y Descartes, considerado el padre de la Filosofía Moderna, basó su certeza indubitable en el axioma: “Pienso, luego existo”, con lo que el conocimiento penduló hacia un racionalismo exagerado en el que no cabían los sentimientos, pues hasta el alma y el cuerpo eran consideradas dos entidades independientes, conectadas metafóricamente a través de la glándula pineal.
La educación anterior que se impartía en la familia también incidió en esta orientación unilateral, sobre todo para formar a los recios varones, pues se les eximía de los quehaceres domésticos y se les prohibía manifestar ternura, afecto u otras emociones, como lo ejemplificó aquella canción del cantautor argentino King Clave: “Los hombres no deben llorar”.
La escritora bielorrusa, Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura en 2015, subrayó que constituyó un grave error histórico descuidar la educación en los afectos: “Mi objetivo es cargar mis libros de los grandes olvidados en los análisis históricos: los afectos humanos. ¡No los horrores! Sino aquello que sostiene el alma humana, lo que nos hace humanos... y lo que nos deshumaniza”.
¿Educo en los afectos? ¿Comprendo la importancia de la educación emocional?
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@rodolfodiazf