Arturo Santamaría Gómez
santamar24@hotmail.com
Filósofos, sociólogos, economistas, ambientalistas, psicólogos, en fin, pensadores de diferentes disciplinas, pronostican que después del Covid-19 el mundo empezará a ser algo muy distinto de lo que hasta ahora ha sido.
¿Cómo será? Nadie lo sabe con certeza, pero sí hay dos anchas calzadas que pueden marcar el rumbo.
Una es la calzada de una sociedad autoritaria y egoísta, severamente vigilada mediante una tecnología altamente digitalizada y con poderes económico y político cada vez más monopolizados y centralizados. En la mayoría de las naciones esto llevaría a sociedades más desiguales, temerosas, desconfiadas y discriminatorias.
Otra es la calzada de una sociedad más descentralizada, abierta, solidaria, cooperativa, con mayor poder ciudadano y, quizá, más socialmente equilibrada.
O quizá emerjan sociedades que muestren características de ambos escenarios.
Por lo pronto, desafortunadamente, para enfrentar el coronavirus, las naciones más eficaces son las que albergan gobiernos totalitarios, como el chino, o las que preservan tradiciones culturales verticalistas como Japón, Corea, Singapur y Taiwan, con el ingrediente de que están altamente digitalizadas, característica sin la cual sus estrategias sanitarias no serían tan eficaces.
La vigilancia policial y sanitaria que han ejercido los chinos sobre su población, mediante sus estructuras políticas y tecnológicas, ha sido tan efectiva para someter al coronavirus que están estableciendo pautas para la conformación de un modelo de poder político autoritario basado en una severo control digital de la sociedad. Esta sociedad sería la más parecida a una combinación de lo que leímos en las novelas Un Mundo Feliz, de Aldoux Huxley, y 1984, de George Orwell.
En Occidente, con sistemas políticos democrático liberales, han sido mucho menos eficaces para enfrentar el Covid-19 que Oriente. Aquí vemos como las decisiones políticas están profundamente permeadas por una cultura individualista, donde los ciudadanos son más autónomos y libres pero pueden llegar a ser libertinos e indisciplinados, tal y como ha sucedido en importantes segmentos de la población de varios países europeos y de Estados Unidos.
Sobre todo este último país, inmerso en una dispersión de decisiones y una presidencia errática y confusa, enfrenta no tan solo una grave crisis sanitaria sino, muy probablemente, a mediano plazo, una crisis, además de económica, de su paradigma político-cultural. Abundantes capas sociales cada vez más alejadas de sus tradicionales formatos culturales y sociales, donde la disciplina, la cooperación y la solidaridad eran muy importantes, han sido muy reacias a aceptar un exigente retraimiento. Quizá no son la mayor parte de la población, pero sí un número suficiente para provocar la rápida propagación de la epidemia en su territorio.
En este mismo país, como pocas veces en su historia, gobiernos de estados con una larga tradición de alternancia en el poder, pluralismo ideológico y multiculturalidad, como son Nueva York y California, han recurrido al toque de queda para tratar de frenar los embates del Covid-19.
Es decir, ante contextos de grave crisis, en este caso sanitaria pero que se está convirtiendo en económica y social, los cuales seguramente van a ser cada vez más recurrentes en este siglo, los gobiernos autoritarios y culturalmente más verticales y digitalizados, están demostrando mayor eficacia, como lo decía en mi anterior artículo, para el control de la sociedades que los democrático liberales.
Esta sería una enorme desgracia para una humanidad libre, pero si los ciudadanos no demostramos un compromiso cívico mucho mayor, más responsable, organizado y eficiente en las sociedades que pretendemos ser democráticas y que nos hemos ido moldeando en el paradigma occidental, así sea insatisfactorio como sucede en México, hay serias probabilidades de que nos encaminemos a un modelo societario muy autoritario, tal y como lo han pedido desde hace varias décadas segmentos nada reducidos de la sociedad mexicana. En mucho dependerá de cómo salgamos de la crisis pandémica y de la inevitable crisis económica que experimentaremos por un buen rato.
El gobierno de la 4T no ha querido recurrir a medidas draconianas para enfrentar la pandemia, tal y como se lo exigen tirios y troyanos, pero muy probablemente lo tendrá que hacer ante la gravedad del caso a pesar de que correctamente antepone la protección económica de los más desfavorecidos.
Lo peligroso es que quienes piden mano dura lo pueden exigir cada vez más para otras situaciones. Y eso podría suceder tanto en las elecciones del próximo año como en 2024.