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Dónde está reflejado, quien lo representa y encarna. Quién lleva la pesadumbre que proviene de la conciencia, para usar las palabras de Rubén Darío. México está invadido de dolor que no se desvanece. Pero en lugar de asumir la tragedia se ofrece circo. La lejanía y la burla ofenden. México duele.
Lo intuíamos, debían ser más, muchos más. Hoy lo sabemos. Quizá tres veces más. Elias Canetti los describió como otra masa, la de los muertos, que convive con la de los vivos. Las guerras, las hambrunas, las epidemias y pandemias engrosan esa masa de muertos que están con nosotros. Para seguir viviendo necesitamos estar en paz con ellos. Esa pesadumbre se llama humanidad. Al dolor por los muertos habrá que sumar el de los millones sin empleo, el de los que no pueden conseguir su sustento, el de los infectados por salir a buscarlo, por eso hay miedo. Y cómo no tener miedo si la muerte ronda, nos ronda, si la muerte que antes se anunciaba remota de pronto visita al vecino.
Como en la guerra, las bombas caen más cerca. Vinieron a desinfectar la colonia, me dice el gran Marmolejo, que a sus ochenta lleva guardado cuatro meses. Y qué decir de la nonagenaria Pimi que, encerrada en su residencia para ancianos, no ha podido ver a un solo familiar. Muy mayor, débil y muy sola. Y Marcos, el deportista, y su esposa fueron víctimas; tres meses después él sigue dando positivo. Ana perdió a su hermano y fue asintomática. Y Julieta no pudo despedir a su suegra, que no murió de Covid, pero igual terminó sola. Y Lupina va ver a su madre con el temor de infectar sin saberlo. Y José ya se siente enfermo. Quizá la lista personal imaginada en los otros sirva para sacudir la conciencia sobre lo que vive México. Las colonias arden y las municipalidades las señalan, pero es demasiado tarde. El procedimiento no se aplicó con el rigor debido y los rebrotes se anuncian: más infectados y muertos.
Ya no quiero leer el periódico, me dice, ni ver noticiarios, decenas de miles de empresas quebradas, deudas familiares impagables, patrimonios evaporados en semanas, miedo porque los semáforos van y vienen del rojo al naranja con alerta, y cómo no va a ser así si la politiquería ha deformado todo, hasta el cubrebocas. Meses de saber sus beneficios cuantificados, pero si quienes nos representan no atienden con rigor las indicaciones, qué esperar de los ciudadanos. Ineptitud, irresponsabilidad, frivolidad, vanidad. Y los que dicen representarnos parecieran no poder dolerse de los otros, piensan que el “terremoto” de Lozoya debe llevarnos a hablar de la banda de rateros, pero eso no alivia el dolor, la pesadumbre. Hablan los números: la mayoría de los mexicanos dice estar peor en 2020 que en 2019 y temen estar peor aún en 2021. Los sueños están rotos. El ánimo sangra y el circo no ayuda.
Y las escasas buenas noticias como la propuesta de pensiones, incompleta pero correcta, no mitiga el dolor. La mejor noticia es que no arrasaron con los ahorros de los trabajadores, pero amenazaron. Y qué bueno que no avasallaron al INE, pero durante un año inyectaron veneno y lo intentaron. El circo de tres pistas, con avión incluido, no da para paliar el dolor de la muerte y el hambre. Lozoya no se come, no arregla la inseguridad, no incrementa el sueldo, no repone el empleo. Lozoya no genera empatía con las mujeres y hombres de las batas que piden a gritos que nos cuidemos, que seamos serios frente a una pandemia que no cede. En las redes sociales ya se hace mofa fechada de las intervenciones mentirosas, está domada, vamos para abajo, ya pasó lo peor. Pretender que el daño es menor, que pronto saldremos de esta, que todo está bajo control, ha terminado por ser una patética burla que también duele.
Si quieren representar a México, que miren a los ojos a un país dolido, estrujado por el sufrimiento, por el hambre, por el vació de la muerte. ¿Serán capaces de sentir pesadumbre o su brújula emocional ya se desquició y sólo piensan en las urnas?