rfonseca@noroeste.com
rodifo54@hotmail.com
En las comunidades tradicionales se hablaba de hombres y mujeres de palabra; es decir, de personas que se comprometían decididamente y sostenían lo pronunciado sin claudicar o echarse para atrás.
Desgraciadamente, la palabra se ha prostituido; las promesas no se cumplen y se engaña con las expresiones afirmadas. Por eso, la palabra se ha devaluado y desgastado.
Sin embargo, hoy presenciamos otra fatal reducción, minusvaloración o deterioro de la palabra. Ya no se trata de la falta de cumplimiento a la palabra dada sino de escasez y anemia de la misma, con lo que se desmiente al evangelista al decir que en el principio existía la palabra.
Anteriormente, se utilizaba un enorme universo de palabras y se engarzaban de manera cadenciosa y elocuente; hoy, con demasiado trabajo se maneja un pequeño reducto y se articulan de manera deficiente.
A esta depauperación han contribuido la falta de lectura y la escasa escritura de las nuevas generaciones, pues con los adelantos tecnológicos los mensajes se acortan y estrechan como si fuesen mensajes telegráficos.
No añoramos un lenguaje afectado y pomposo, pero tampoco gustamos de frases literalmente huérfanas de pulcritud, armonía, ritmo, belleza y romanticismo, sin reparar todavía en la semidesértica estepa de ortografía y sintaxis que inevitablemente presentan los escritos.
Alejandra Pizarnik sintetizó esta situación de forma poética: “¡Qué sé yo! Faltan palabras, falta candor, falta poesía cuando la sangre llora y llora!.. No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes”.
El también poeta argentino, Roberto Juarroz, precisó: “Porque no somos nosotros los que miramos las palabras: son ellas las que nos miran a nosotros y quizá también más allá de nosotros, parpadeando con un ritmo secreto y solitario”.
¿Depaupero la palabra?