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@rodolfodiazf
Es común que intercambiemos saludos o abrazos cordiales como elemental signo de buena educación, sin comprender que estamos refiriéndonos a muestras de cariño íntimas y profundas porque brotan del corazón (recordemos que cor, cordis significa corazón en latín).
Así, emitir un abrazo cordial es decir que se abraza con el corazón a la otra persona, que se está con ella en concordia, en perfecta unión y armonía.
En cambio, la palabra incordio se utiliza para significar que algo es molesto, agobiante o fastidioso (proviene de antecordio, que era una especie de tumor que afectaba especialmente a las mulas y caballos en la zona pectoral).
La maestra Blanca Gómez Bengoechea escribió un artículo titulado “Dejarse incordiar, mirar a las familias pobres a nuestro alrededor”, en el que recalca la desconfianza, frialdad y desprecio con que tratamos a los indigentes, migrantes o personas necesitadas:
“Solemos verlos como los hijos de unos padres despreocupados, que no quieren trabajar, que nos incordian en los semáforos, nos piden dinero por la calle vete tú a saber para qué... Como personas que ‘quieren vivir así’, con los que es imposible trabajar y de los que no se pueden obtener cambios positivos”.
Sin embargo, precisó, es necesario que nos sintamos incómodos con su presencia: “Dejarse incordiar” supone permitir que estas realidades nos “desacomoden” de alguna manera. Que nos moleste su existencia, hasta tal punto que decidamos hacer algo por conocer lo que tienen detrás y remediar sus causas últimas.
Finalmente, recordó las palabras de Bergoglio: “Reclamar para ellos, como ha dicho el Papa Francisco, tierra, techo y trabajo, y hacer realidad ese vínculo inseparable que debe existir entre nuestra fe y los pobres, a los que nunca debemos dejar solos. Aunque eso signifique un “incordio” para nuestras vidas”.
¿Me dejo incordiar por ellos?