Somos esclavos del tiempo y, paradójicamente, no tenemos tiempo para nosotros. El tiempo es implacable verdugo que nos acecha y, aunque tratemos de estirarlo lo más posible, sentimos que nunca nos alcanza.
Vivimos continuamente estresados y envueltos en multitud de actividades que no nos dejan ni respirar. Es cierto que necesitamos acelerar la marcha para cuajar los proyectos e ideales que nos hemos planteado; sin embargo, como dice un acertado refrán, “no por mucho madrugar amanece más temprano”. Es necesario detenerse a reflexionar con calma hacia dónde vamos y qué necesitamos enmendar.
El Papa Francisco, en el número 225 de la encíclica Laudato Si, señaló que necesitamos hacer un alto en el camino: “La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor”.
El relato bíblico afirma que Dios creó todas las cosas, pero después descansó, como recordó el rabino Mordecai Kaplan: “Un artista no puede manejar todo el tiempo su pincel. De vez en cuando necesita interrumpir su pintura para renovar la visión del objeto cuyo significado desea expresar en el lienzo. Vivir es también un arte. No podemos absorbernos en sus pormenores técnicos y perder la consciencia del todo. El día del descanso representa aquellos momentos en que interrumpimos nuestras pinceladas para renovar nuestra visión del objeto. Hecho esto, volvemos a la pintura con una visión más clara y renovadas energías”.
¿Soy esclavo del tiempo? ¿Hago pausas y descanso para recobrar el aliento?
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@rodolfodiazf