@DiegoPetersen
Sinembargo.MX
La expresión es muy elocuente. Salirse de madre es rebasar el cauce, desbordarse, ir más allá de los límites. El problema es que cuando el río se sale de su cauce lo que sigue son inundaciones. La última semana la epidemia de Covid-19 en México pareciera haberse salido de madre, haber rebasado el cauce establecido por el propio Gobierno y comenzado a desbordarse.
La pregunta es si el diseño de control de la pandemia fue erróneo desde el comienzo o si solamente, por los motivos que sean, se salió de los límites de lo planeado. Las respuestas en este momento serán todas ideológicas, por lo que no vale la pena siquiera explorarlas.
Una epidemia es una caja de sorpresa, entre otras cosas porque su expansión depende fundamentalmente del comportamiento del virus, pero también de las personas. No solo es un tema complejo por su naturaleza cultural, hay conductas, usos y costumbres que favorecen o inhiben el contagio, sino, en este caso concreto, porque se trata de una virus que, si bien pertenece a una familia conocida, de esta mutación específica sabemos muy poco, tan poco que no existe una medicina específica para combatirlo.
Los modelos del Gobierno mexicano fallaron. No los de doctor Gatell, él sólo es quien da la cara, sino el Gobierno en su conjunto. Anunciaron con una seguridad de interpretador de horóscopos que el pico sería entre el 6 y el 8 de mayo en el Valle de México y unas semanas en Guadalajara y Monterrey; establecieron como rango de muertes en 6 mil y 8 mil para todo el País, prepararon la reapertura con esos datos y el Presidente cantó victoria al menos tres veces antes de tener la presa en la jaula. Todo falló.
Lo que hoy sabemos a ciencia cierta es que lo que sabíamos resultó no ser tan cierto; que el modelo mexicano, basado en un sistema de vigilancia epidemiológica llamado centinela y en medidas de aislamiento social no coercitivas no dieron el resultado esperado; que, si bien no hemos tenido un problema de saturación hospitalaria, lo cierto es que ocho de cada 10 fallecidos nunca llegaron a terapia intensiva (El País, 4 de junio). Así las cosas -como dirían Warkentin y Risco- pareciera que el Gobierno federal y los estatales se enfrentan a una disyuntiva: o dejan que el agua corra, inunde, destruya y sola regrese a su cauce, con la cantidad de víctimas fatales que se presenten o toman medidas mucho más drásticas, entre ellas decretar un Estado de emergencia o excepción que limite las libertades de los ciudadanos por la pandemia, como lo hicieron muchos otros países.
Conociendo al Presidente y el temor que comparte con todos los gobernantes de pasar a la historia como represores, pero sobre todo ante la incapacidad del Gobierno de tomar medidas de mitigación al impacto económico de la pandemia (por falta de voluntad en parte, pero sobre todo porque no tiene mucho margen de maniobra) lo más seguro es que la política será administrar el caos y pasarnos a los ciudadanos la responsabilidad de cuidarnos a nosotros mismos. La receta mexicana contra el virus no podía ser más surrealista y al mismo tiempo elocuente: no robar, no mentir y no traicionar, y que el dios al que usted le rece, lo ayude.