El autor es académico ExaTec y asesor de negocios internacionales radicado en China
Tengo tres días encerrado en un apartamento, con mi familia. Estamos en la pequeña ciudad de Jiaojiang (500 mil habitantes) en la provincia costera de Zhejiang. Nos alejamos de las ciudades grandes y las principales zonas de contagio, pero hoy se reportan cuatro casos aquí. Hay rumores entre los extranjeros de que en la madrugada habrá aviones esparciendo antibacteriales por la zona.
Yo estuve aquí durante el SARS (2003), la fiebre porcina (2009) y la gripe aviar (2013) y lo que está pasando no tiene precedente. En el caso del SARS, una especie de neumonía altamente contagiosa, se llegaron a cerrar y poner en cuarentena a edificios y bloques de edificios en Hong Kong y Beijing. Esas fueron juzgadas como medidas drásticas en aquel entonces, pero al día de hoy el gobierno chino ha cerrado y puesto en cuarentena a 13 ciudades completas, con una población combinada de más de 40 millones de personas.
La población china se ha volcado a ayudar: haciendo colectas y envíos de dinero, provisiones y personal médico. El gobierno ha cancelado vacaciones de oficiales, fábricas y laboratorios, y están construyendo un hospital a marchas forzadas en el epicentro de la infección. Han prometido tenerlo listo en 10 días. Las ciudades están como pueblos fantasma, nadie salimos de casa sino para comprar la comida; los vuelos, viajes en tren y en metro están al mínimo, y la gente estamos viviendo online y por medio de los celulares: organizándonos, dándonos ánimo y compartiendo información.
La infección sigue. A este momento se ha esparcido a todas las provincias excepto Tibet, y se registran casos en varios países como EEUU, Francia, Japón y Nepal. El gobierno chino está haciendo esfuerzos titánicos por contener al virus y está poniendo sus gigantescos recursos humanos y de ciencia para encontrar solución, así como para contener el pánico. Las cosas son graves, pero no debemos hacerlas más graves con la histeria. Miles de científicos en el mundo están haciendo lo propio.
En México, debemos exigir que se empiecen a tomar medidas preventivas; los epidemiólogos dedican sus vidas a prepararse para eventos como éstos: necesitan nuestro reconocimiento, nuestro apoyo, y sobre todo muchos recursos. La ciencia y la técnica son nuestra única defensa ante este tipo de eventos, alcemos la voz por quienes dedican sus vidas a defender las vidas de todos.
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