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Comprender la democracia es el título de una publicación del filósofo español, Daniel Innerarity, un ensayo muy interesante y recomendable para la reflexión en estos días de avecinadas elecciones en el País y particularmente en Sinaloa en el que renovamos todas las representaciones a excepción del Senado. De ahí que durante este proceso de calentamiento político para el inicio formal de la elecciones, resulta pertinente colocar en el horizonte de nuestras reflexiones el debatir públicamente temas como la democracia electoral y su utilidad real tanto en lo individual como en lo colectivo de nuestra vida en sociedad; sobre todo si se tiene ya proyectado dentro del presupuesto de la Federación la inversión de 8 mil millones de pesos para las elecciones del próximo año y otra no menor cantidad de 12 mil millones de pesos para sostener el Instituto Nacional Electoral.
Atender los requerimientos para que un País se considere como “democrático” tiene un costo económico muy alto, a pesar de que el monto del gasto público no garantiza en sí mismo los propósitos de una sociedad democrática. No obstante que en los últimos 30 años se ha priorizado la consolidación de toda una estructura jurídica y administrativa para celebrar procesos electorales “democráticos”, en la actualidad resulta indispensable no sólo afianzar el andamiaje institucional de nuestra democracia, sino también la comprensión ciudadana sobre la utilidad y función social de la democracia.
Como resultado de la experiencia, hoy resulta esencial entender para qué sirve la democracia, y en función de ese aprendizaje respondernos si realmente ha servido toda esta estructura institucional y si sigue siendo necesario mantener el enorme gasto que representa. Dimensionar por una parte los beneficios que la democracia constituye para nuestra sociedad, resulta tan indispensable como identificar quiénes de forma mezquina han recibido beneficios indebidos.
A lo largo de estas tres décadas en las que hemos contado con un Instituto electoral, los esfuerzos por acercar al ciudadano común a una misma compresión de la democracia han sido insuficientes, marginales y con resultados poco alentadores, sobre todo si los comparamos con los relacionados a la atención que reciben los partidos políticos y el sostenimiento de una burocracia que prácticamente está al servicio casi exclusivo de las necesidades de los partidos y sus élites políticas.
A pesar de que vivimos en la era del acceso a la información en tiempo real, la relación entre instituciones electorales y partidos políticos, no ha ido más allá de la mera competencia electoral y el consabido ritual de las elecciones. Este es el nivel de democracia en México, el de una interpretación y ejercicio de la democracia en el reducido espacio entre instituciones y partidos políticos, donde la participación más importante del ciudadano ha sido eventualmente la de justificar la existencia de tales entidades públicas, cuando por una parte consiente al abstenerse de votar y se mantiene al margen o cuando participa en los órganos supuestamente ciudadanizados y vota en día de la elección.
Para el filósofo Innerarity, “vivimos en una democracia de los incompetentes”. Una democracia donde sus representantes siempre quedan a deber a la sociedad. Resultado, afirma el politólogo alemán Hubertus Buchstein, de una ciudadanía que carece de esa capacidad por falta de conocimiento político, por estar sobrecargada, mal informada o ser incapaz de procesar la información cacofónica -del repetido discurso demagógico- o simplemente estar desinteresada.
Para Buchstein, en sociedades como la nuestra, el origen de los problemas políticos reside en el hecho de que la democracia necesita unos actores que ella misma es incapaz de producir. Esta afirmación, nos confirma que a nuestra democracia mexicana, le hacen falta más que candidatos y partidos competitivos o gobiernos populistas, hacer valer el peso de una opinión pública -no periodística- capaz de ejercer un control efectivo sobre el poder, en el presupuesto de que dicha opinión entiende correctamente los procesos políticos.
Es decir, para consolidar una democracia no es suficiente con procesos electorales y rendición de cuentas cada tanto tiempo, implica un esfuerzo mayor que involucre, como se menciona en el ensayo de Innerarity, no sólo el de poner información a disposición del público, sino el generar un proceso en el que tanto las instituciones como la sociedad actúen para crear un espacio de conocimiento sobre democracia, su razón social, utilidad y propósito. Es decir, una labor de interpretación en la que el concepto de democracia deje de ser sólo un instrumento de participación intermedia y se convierta en una forma de vida ciudadana y una relación entre sociedad e instituciones para lograr objetivos sociales en común que van mucho más allá del propósito de elegir representantes.
Quizá sea el momento de modificar la orientación de nuestras instituciones democráticas para dirigirlas con un mayor énfasis hacia la formación cívica y política de la ciudadanía y dedicar menor atención y recursos a los partidos y procesos electorales.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo viernes.