Difícil escribir una columna en estas condiciones, muchas ideas, mucho sentimiento, mucho dolor, mucha impotencia por no saber cómo explicarle a nuestros hijos que es lo que pasó. Me llena de tristeza ver a nuestra ciudad así, apoderada por el caos y el terror, como la noche de Chicago. Esta es la historia de la tarde donde nuestra ciudad ardió.
En estos momentos Culiacán está bajo fuego, siguen los reportes de enfrentamientos, bloqueos, quema de vehículos. El epicentro lo registran en el corazón financiero de la ciudad, en la zona de los 3 ríos. Dicen que detuvieron a un “pesado”, todo es especulación, caos, desolación. No hay transporte urbano, no hay taxis, no hay ubers, ni servicios de plataformas. Todos están escondidos, nadie en su sano juicio quiere poner en riesgo su vida y hacen bien.
Los enfrentamientos comenzaron alrededor de las 3 de la tarde, poco antes estuve ahí en un banco a unas cuadras de donde se reportó el primer “agarre”. Pensé en comer por la zona, pero decidí mejor regresar al departamento, por algo pasan las cosas. Cuando tomamos rumbo por el malecón nuevo, un convoy militar venía a toda velocidad. La moneda estaba en el aire.
Comenzaron a circular videos, la admirable cobertura de compañeros reporteros que por cosas de la vida les tocó estar justo en la zona de los enfrentamientos. Trasmisiones en vivo, fotografías, audios. Hombres jóvenes con chalecos tácticos, camionetas blindadas con rifles de la mayor potencia, iban y venían, se enfrentaban a la autoridad sin dar tregua.
Los cuerpos del orden hacían lo propio, repelían agresiones, enfrentaban a los escuadrones que comenzaban a incendiar vehículos y despojar unidades para bloquear carreteras. Madres y menores corriendo para ponerse a salvo, otros se resguardan en tiendas, restaurante y cafés, nadie sabe exactamente el número de heridos o de muertos, no hay información, estamos en guerra.
Las imágenes comienzan a dar la vuelta al mundo, un hombre pecho tierra coloca un fusil barret sobre el suelo y abre fuego contra un objetivo incierto. Un grupo de hombres armados bloquean con unidades pesadas las entradas y salidas de la ciudad. Por la Avenida Obregón, en pleno centro de Culiacán patrulla una camioneta blanca con hombres fuertemente armados. Dos motociclistas son captados a toda velocidad con cuernos de chivo en mano. Se cancelan salidas y lelgadas de autotransportes foráneos. ¿Qué está pasando? pregunta abierta y generalizada por las redes sociales.
De pronto tuve que hacer la más difícil de las llamadas, tenía que hablar con mis hijos que por la hora debían estar llegando a casa provenientes de su escuela. ¿Cómo está todo por allá? pregunté conteniendo un nudo en la garganta. “Muy bien, papá, ¿pero qué está pasando?, hay mucho ruido de cuetes y soldados por todos lados, carros que pasan muy rápido”. Mira, hijo, te encargo mucho que se vayan al cuarto de atrás, aléjense de la ventana grande y recuerda las reglas de lo que te dije aquél día de los “cuetazos” afuera tu escuela; nadie se asoma, nadie abre, nadie grita y nadie se asusta. No sabemos qué es lo que está pasando pero tenemos que estar serenos y cumplir las órdenes. “Muy bien, papá, yo cuido de mi hermano y del perrito”.
Le dije que estaríamos bien, que en ese momento lo mejor sería que cada quien estuviera resguardado en nuestros sitios. Que confiara y que hiciera caso en lo que antes habíamos “entrenado”. Vivimos en Culiacán con lo bueno y malo que esto representa, hace un par de años ejecutaron a un individuo afuera del colegio de mis hijos cuando ellos estaban en clase, desde entonces nos capacitamos para saber qué hacer en caso de una balacera.
Hasta el momento nadie del Gobierno ha dado la cara, nada se sabe, nada se dice. Circula con la lentitud un escueto comunicado donde nos piden “calma”. Las imágenes y los videos continúan con la viralidad que a las redes caracteriza, entre verdades y mentiras la gente optó por lo más inteligente, ponerse a buen resguardo y esperara a que esto se calme porque visto está que nada es eterno. En estos momentos sobrevuelan artillados sobre mi cabeza, nuestra ciudad se convirtió en un infierno. Luego le seguimos...
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