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Existen diversas opiniones, pensamientos y doctrinas, pero siempre se debe exigir congruencia en quien las proclama o defiende; es decir, que haya correspondencia entre lo que predica y lo que hace.
La palabra coherencia significa estar pegados o unidos dos partes relacionadas entre sí. “Con”, quiere decir conjuntamente y “haerere”, estar pegado o unido (de este término proceden herencia, adherir, adhesivo).
Se dice que una persona habla de manera incoherente cuando no existe relación lógica entre lo que está pronunciado. De igual forma, la persona coherente es aquella que mantiene intactas y permanentes sus actitudes, por lo que permanece siempre fiel a sus ideas, principios y valores.
A toda persona se le debe exigir coherencia en su vida, pero sobre todo a los gobernantes, líderes, religiosos, filósofos y aquellos que tengan un cargo directivo. Si la claridad, se ha dicho, es la cortesía del filósofo; la coherencia debe ser la carta de ciudadanía que lo ratifique como alguien impecable, transparente y honesto.
“Un filósofo ha de ser un hombre que viva de acuerdo con lo que predica. La importancia de un filósofo proviene del hecho de estar si no en la verdad misma, al menos en los alrededores de la verdad… Esa fascinación la alcanza el filósofo solamente cuando vive de acuerdo con sus increpaciones, con sus arremetidas, con lo que predica y cuando predica las formas de su vida”, escribió el periodista Josep Pla.
De igual forma, Simone Weil señaló: “una filosofía es una cierta manera de concebir el mundo, los hombres y a sí mismo. Ahora bien, una cierta manera de concebir implica una cierta manera de sentir y una cierta manera de actuar”.
En pocas palabras, la coherencia debida se tiene que transparentar en una coherencia de vida.
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