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Pues por más manipulaciones que las autoridades aplican al famoso y desacreditado semáforo sanitario, al cual hasta le endilgaron el color azul para tratar de acomodarlo al interés económico, la realidad es que la pandemia continúa estando presente y desvirtuando la optimista realidad que nos quieren vender, tal vez como placebo mental, llegando al extremo de asegurar que ya hay condiciones para darle paso a eventos masivos y a la apertura de algunos planteles escolares, todo ello, en medio de noticias que nos enteran de rebrotes alarmantes en países del viejo continente.
Bueno, dirán algunos, hay niveles, y en lo de aventados y retadores de la suerte, no hay quien nos gane a los mexicanos, y mucho menos, a los sinaloenses; no por nada nuestro perfil cultural encaja a la perfección en la letra de la canción El muchacho alegre.
Bueno y mientras que la curva de la pandemia se sigue aplanando en el imaginario gubernamental, ante el ríspido y preocupante clima político que estamos viviendo con amenazantes visos de ponerse peor, me lleva a recordar la esperanzadora petición de “¡No nos vayas a fallar!” que le hacía, o le hacíamos, la multitud a Vicente Fox en aquel ya lejano 2 de julio del 2000 durante la celebración del triunfo electoral que le dio paso a la alternancia en la titularidad del Poder Ejecutivo federal.
Vicente Fox prometió acabar con las víboras y tepocatas de la corrupción, como algo ineludible para empezar a construir el bienestar social generalizado del país y las circunstancias se le dieron, ya que durante su mandato los rendimientos petroleros brotaron en abundancia, tanto, como para haber logrado un vuelco en la prestación de servicios públicos como educación y salud, pero optó, junto con el Legislativo, por asignarlos al gasto corriente de la federación y los estados.
Por lo que hace al combate a la corrupción, Fox prefirió quitarse las rudas botas para calzarse delicadas puntas de ballet, dándole chance de prolongación de vida transexenal a las alimañas de la corrupción, de la cual, no fue ajena su propia familia, dándole la espalda a la esperanza que levantó su triunfo electoral soportado por alrededor de 15 millones de votantes. Hoy vive en una penosa mendicidad política.
El primer día de diciembre del 2018, un chavo ciclista logró acercarse al Presidente López Obrador para decirle lo que 18 años antes le dijeron a Fox: “Tú no tienes derecho a fallarnos”. Y la respuesta del Presidente fue la siguiente: “ese es el compromiso que tengo con el pueblo, no tengo derecho a fallar”.
A lo anterior, López Obrador agregó: “...siempre he pensado que el poder debe ejercerse con sabiduría y humildad...”
Al igual que Vicente, López Obrador llegó a la presidencia con un enorme respaldo popular, aunque en el caso del tabasqueño los astros no se alinearon a su favor y en lugar de abundancia de los veneros del diablo, se le atravesó la pandemia y su impacto económico, circunstancias que exigen un sólido agrupamiento social convocado por un liderazgo cargado de sabiduría y humildad, cosa que no ha sucedido, pues según parece, al Presidente no se le da eso de la humildad para conciliar.
Obviamente, el no asumir un liderazgo cargado de sabiduría y humildad ha provocado que el capital político del Presidente, representado por 30 millones de confianza ciudadana esté siendo malgastado en rencillas diarias contra todo y contra todos, lo cual resulta redituable para la simpatía popular pero no da para el impulso del crecimiento del país y para apuntalar los ambiciosos programas sociales que se ha planteado.
Cierto, en el haber del Presidente hay logros sociales y algunos tantos en el combate a la corrupción, pero los resultados habidos no justifican la pérdida del 40 por ciento del capital político que se le confió por olvidar sus propias palabras: liderazgo cargado de sabiduría y humildad. ¡Buenos días!