‘...la desaparición de este personaje estratégico en la política de seguridad pública durante los gobiernos de Juan Millán y Mario López Valdez, va más allá de los cargos que oficialmente detentó en la esfera pública, de un currículum excepcional con reconocimientos de dentro y fuera del país o de un liderazgo construido a golpe duro de mando’
A la memoria de don Silvino Silva, precursor de un nuevo periodismo para Sinaloa.
Reflexionar sobre figuras públicas tan controversiales como la del recién desaparecido Jesús Antonio Aguilar Íñiguez, mejor conocido en los medios de comunicación como Chuy Toño, nos remite inevitablemente a buscar respuestas en la naturaleza del sistema político al que prestó servicios y el que a cambio le redituó poder y protección.
Aquel sistema dual donde, por un lado, están los políticos con sus discursos públicos que proclaman un orden constitucional y reglamentario cada día más sólido, impermeable, pero en privado admiten que no es tal y el poder llega a estar más allá de las instituciones y la representación política.
Vamos, que hay poderes fácticos, híbridos, que llegan a estar por encima de lo que establecen nuestros ordenamientos jurídicos y que no se pueden desatender a la buena de Dios, pues están y seguirán estando, en la vida pública, ejerciendo presión por distintos medios para proteger sus intereses.
Esa extensión del poder institucional pesa y mucho, al grado que el poder institucional llega a parcializarse, tolerarse, pactarse o colaborar con él para garantizar mínimos de gobernabilidad y poner a salvo los intereses de los políticos o el tejido abigarrado de intereses que terminan dando un sello singular a nuestro sistema político.
Así, la desaparición de este personaje estratégico en la política de seguridad pública durante los gobiernos de Juan Millán y Mario López Valdez, va más allá de los cargos que oficialmente detentó en la esfera pública, de un currículum excepcional con reconocimientos de dentro y fuera del país o de un liderazgo construido a golpe duro de mando.
Aquel desempeño que le permitió recibir una pensión generosa por la anterior legislatura y la que hace unos meses lo opacó con las revelaciones en el juicio a Joaquín “El Chapo” Guzmán que se celebró en la Corte de Brooklyn, mismo que seguramente será soporte en el juicio contra Genaro García Luna y que nos lleva a aceptar que el paso de Chuy Toño por la operación de justicia no podía estar fuera de ese engranaje del poder dual.
Para decirlo suavemente podría ser uno de los puentes indispensable para garantizar la persistencia de esos intereses y esos mínimos de gobernabilidad local que necesitamos todos. El de los equilibrios que frecuentemente se tensan con el traca-traca del día o la noche. Y es que vivir en un estado con un poder compartido, en una cohabitación de poderes institucionales y criminales, exige actores y canales permanentes de comunicación para evitar que las cosas se salgan de control, como sucedió en Culiacán el pasado 17 de octubre de 2019.
Y es donde personajes como Chuy Toño cumplen de acuerdo con la narrativa de Brooklyn, un papel clave de intermediación silenciosa pero sostenida en acuerdos paralelos. Imaginemos por un momento, si todo lo dejamos en manos de la ley de unos operadores intimidados o corrompidos, seguramente nuestra circunstancia cotidiana sería otra, más errática, más violenta.
No se trata de hablar bien o mal de quien no cabía en la figura de “blanca paloma”, que describió el panista Alejandro Higuera siendo Alcalde de Mazatlán y quien avaló su designación como flamante responsable operativo de la seguridad pública del estado. Se trata en todo caso de situar esta actuación en un estado, o mejor en un país, donde el crimen organizado llega por momentos a rebasar o cooptar a los representantes políticos mientras se expande territorialmente. -Ahí, está, como reacción, la reversa que esta semana ha dado AMLO en materia de seguridad pública cuando muy a pesar o por eso de la pandemia que asola al país y que llama al recogimiento hogareño, el número de homicidios dolosos sigue en alza y se ve obligado a poner en el centro de su estrategia al Ejército y a la Marina.
Entonces, Chuy Toño que fue reconocido como un “súper policía” en Sinaloa y si asumimos como válido lo que se ha vertido sobre él, cumplía funciones específicas y esto siempre deriva en poder y protección, basta ver la que acumuló García Luna y que lo ha llevado a la mazmorra donde se encuentra en NY y desde donde pide clemencia para no ser contagiado por el Covid-19 cuando paradójicamente pudiera caer sobre él cadena perpetua.
Claro, lo deseable, es que el imperio de la ley sea la guía de nuestras conductas en todos los niveles, pero se imponen las rutinas de una cultura de la ilegalidad, de transgresión de la ley. La realidad de todos los días tiene otra narrativa y es la que como sociedad no nos gusta ver o la reducimos al murmullo, a esas pequeñas historias que todos conocemos y contamos fascinados frente a una cerveza y un plato de camarones.
Joseph Fouché, el ministro de policía durante el gobierno del emperador Napoleón Bonaparte, alguna vez escribió “los gobiernos pasan y las policías quedan”, lo que es una verdad digna de ser enmarcada y puesta en una pared de cada estación de policía para recordar que incluso en estados de excepción siguen cumpliendo funciones según sea el régimen político.
Habrá, entonces, quien se pregunte con agudeza y perspicacia si Chuy Toño fue tan útil a ese sistema que persiste: ¿por qué se le jubila y se le saca de circulación? La respuesta se encuentra en lo general por la rotación de las élites políticas y los compromisos de estas, pero en lo particular por el desgaste mediático que tienen este tipo de figuras y en el caso de nuestro personaje por las amenazas que me dicen alguna vez llamó “hacer cola” si querían acabar con su vida, pero si bien no lo alcanzó, sí a dos de sus comandantes que fueron asesinados en Los Mochis y Culiacán.
Ahora, estarán otros, haciendo ese trabajo quizá con menos exposición pública pero la historia de este sistema de relaciones sigue construyéndose todos los días e irradiándose con su estela cotidiana de violencia. Sean asesinados o desaparecidos. Eso no parece distinguir y tampoco importar mucho salvo para la estadística gubernamental cuando es “normal”, como lo reconocería imprudentemente el Gobernador Jesús Aguilar Padilla.
En definitiva, la desaparición repentina de Chuy Toño deja varias enseñanzas, entre ellas que el poder llega a ser tan efímero como circunstancial es la vida y la muerte; que el sistema tiene una gran capacidad de renovación de sus élites y si hoy son unos, mañana serán otros, pues lo que importa es la persistencia de los intereses que subyacen y eso hace suponer que este personaje fue solo una pieza coyuntural que prestó servicios y de que no era una “blanca paloma”, ni duda cabe en esos cargos públicos.
¡Descanse en Paz!