Editorial
El miedo a que el Presidente Andrés Manuel López Obrador y su 4T se devoren al Instituto Nacional Electoral no es un temor nuevo.
Apetecible como una roja manzana, el INE es el preciado botín al que todos los partidos políticos les gustaría tragarse de un bocado.
Desde su consolidación bajo la batuta de José Woldenberg, el instituto, antes llamado Instituto Federal Electoral, se convirtió en el deseo de todos los partidos, pero resistió independiente y capaz de sostener el peso de las elecciones federales.
La mejor época del IFE fue de 1996 al 2003, cuando Woldenberg fue su Consejero Presidente, construyendo un instituto ciudadano, lejos de las tentaciones de los partidos y alejado por fin del control del Partido Revolucionario Institucional.
La fortaleza del instituto en esa época permitió la transición sin conflictos de un México unipartidista a un País más plural, con la derrota del PRI en el año 2000 y el ascenso al poder de la oposición, en ese entonces encarnada por el Partido Acción Nacional.
Con el IFE de Woldenberg, México pasó de tener unas elecciones más que dudosas, vergonzosas, a procesos democráticos reconocidos por el resto de la comunidad internacional.
Fue de tal magnitud el cambio que las elecciones mexicanas comenzaron a ser estudiadas en el resto del mundo y su credencial de elector, considerada como una de las más seguras del planeta.
Sin embargo, con los años, los partidos políticos han conseguido menoscabar su independencia poco a poco y hoy se teme que la 4T la termine engullendo, como lo ha hecho con otras instituciones.
El modus operandi del Presidente ya es conocido, comienza con desacreditar a una institución o persona y termina operando para que termine bajo su control, de ser así, los mexicanos perderíamos una de las pocas instituciones confiables que todavía quedan.