@DeniseDresserG
Qué incomodidad la de López Obrador ante la derrota de su amigo Donald Trump. Qué sensación de vértigo le debe producir el desprecio de millones a un populista autoritario con quien ha demostrado tener tanto en común. El odio a los medios, la arenga contra los adversarios, la política como espectáculo, el desmantelamiento del Estado para concentrar el poder discrecional en su sola persona.
Ambos han pasado años elogiándose, apapachándose, y en el caso de AMLO, doblegándose. Pero de pronto, la realidad se impone y desnuda lo que Trump siempre ha sido y López Obrador solapó: un narcisista inestable, un mentiroso mendaz, intentando -en vivo a través de la televisión- armar un golpe de Estado y destruir los cimientos de un sistema democrático que ya había intentando dinamitar. Un polarizador capaz de todo, mas no de perder. Y ahora AMLO enfrenta lo que debe calarle. Su aliado, antes encumbrado; ahora acorralado. Su cuate, antes omnipotente; ahora delirante. Antes poderoso, y ahora patético. Castigado en las urnas, y evidenciado como lo que es: el personaje más cínico que ha ocupado la Casa Blanca.
Pero luego del descalabro electoral de su compañero de conspiraciones, AMLO parece descolocado.
Decide negar la felicitación a Biden, pero no por motivos legales sino por motivos políticos. Relitiga la elección de 2006 y acaba avalando la falsa narrativa del fraude que Trump trata -infructuosamente- de mantener viva. Su "prudencia" no proviene de los principios de la no-intervención, sino de una reiterada victimización. Ante los retos del presente, le es útil refugiarse en el pasado. Le es redituable atizar los agravios de ayer para eludir los retos de hoy. Mirarse el ombligo antes de entender el mundo.
Taparse los oídos en vez de escuchar los pasos en la azotea que provienen del vecino del norte.
A lo largo de cuatro años, Trump libró una sórdida guerra contra las instituciones y gobernó con una la crueldad conspicua, fomentando el fanatismo, disfrutando la división. Como escribe David Remnick en The New Yorker, convirtió a la Presidencia en un "reality show" de autoelogios y acusaciones sin fundamento. Su desdén por la ciencia y el consejo de los expertos ha llevado a cientos de miles de muertos por Covid-19. Aun así, no hubo un repudio total; millones avalaron el iliberalismo que promovió, la política del resentimiento que impulsó. Deja tras de sí un país partido, donde el trumpismo sigue presente. Pero pierde la Presidencia y el megáfono. Ganan -en palabras de Kamala Harris- la esperanza, la decencia, la ciencia y la unidad. Gana la oportunidad de rectificar el rumbo.
Y ese rumbo transita por el replanteamiento de la relación con México. Ya lo argumentó el ex Embajador estadounidense Davidow en estas páginas: "la luna de miel se acabó". El “quid pro quo” entre Trump y López Obrador terminó, y a México le conviene que sea así. Porque el Presidente estadounidense exigía y el Presidente mexicano cumplía. Para "llevar la fiesta en paz", AMLO permitió la deportación masiva de mexicanos, incluyendo niños sin padres, hoy hacinados en refugios a lo largo de la frontera. Permitió que en los hechos, México se convirtiera en "Tercer País Seguro", aceptando lo que nunca había aceptado. Permitió que Trump persiguiera, encarcelara, humillara y deportara a nuestros connacionales, sin respingar siquiera. Nos convertimos en tapete, nos erigimos en muro antiinmigrante, nos volvimos los policías del populismo racista. Ahora toca dejar de serlo. Ahora corresponde a AMLO entenderlo.
Las lecciones están ahí para ser aprendidas. Los cambios por venir están ahí para ser impulsados. Ese es el reto para el lopezobradorismo: mirarse en el espejo trumpista y reinventarse, serenarse, comprender los costos de ejercer el poder destruyendo y dividiendo, arengando y atacando, celebrando la incompetencia en vez de erradicarla. Biden enfrenta la tarea de reparar lo que Trump descompuso; de enmendar tantos errores que Donald cometió. Cuatro años más de Trump hubieran intensificado el daño causado. Cuatro años más de AMLO en México sin correcciones indispensables sólo abrirán aún más tantas heridas autoinfligidas. Trump acabó perdiendo porque la mayor parte del país entendió que su mayor preocupación era él mismo. Si AMLO rehúsa poner sus barbas a remojar, demostrará que quizás no es igual a su amigo, pero cómo se parece.
“El reto para el lopezobradorismo es mirarse en el espejo trumpista y reinventarse, serenarse, comprender los costos de destruir y dividir”.