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"Opinión"

"Avergonzados"

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    frheroles@prodigy.net.mx

    Vergüenza porque todos los días están allí, cumpliendo con los reclamos sonoros del bebé, sueño, hambre, sed, del sándwich en la mochila, de la ropa de trabajo, de la limpieza del hogar, de la comida. Están allí pero no las vemos. Y al final, gracias a ellas, todo se soluciona y regresa a la armonía nocturna, armonía tramposa e injusta. Otro día de presencia invisible que hace de la vida algo llevadero.

    Vergüenza porque ese mismo día, millones estuvieron ausentes en un merecido trabajo que les permita generar un ingreso propio para ir por la vida con independencia. Atrapadas, prisioneras de sus labores para que los ausentes, vayan al CENDI, a la escuela, al trabajo, a la fábrica o a la oficina. Sitios donde ni siquiera se percatan de su ausencia, es lo normal, ¿Paridad de género? Vergüenza porque ese mundo masculino las rechaza, les preguntan si van a tener hijos, les pagan menos, las maltratan o discriminan, les condicionan los ascensos.

    Vergüenza porque el chofer de camión maneja con una brusquedad masculina que ignora la canasta con el mandado y al bebé en brazos. Y todo es de nuevo masculino, las leperadas que se profieren en todas partes. Nadie las considera, en la calle no se respeta su prioridad como peatón, viejos y jóvenes fortachones que las rodean son impermeables a un código de convivencia donde lo femenino debiera ocupar desde siempre un sitio primordial, no entienden que este mundo no se explicaría sin ellas y que la actitud de los varones lacera minuto a minuto, hora a hora, su condición de igualdad de derechos que por desgracia no se ha traducido en igualdad en los hechos.

    Vergüenza porque todos estamos obligados a cambiar ese país, en el cual cada hora se comenten 13 delitos de alto impacto en contra de ellas, ¡cada hora!, golpeadas, heridas, vejadas, violadas, asesinadas. Vergüenza profunda por la complicidad inevitable de todos en la perpetuación de ese infierno. Por eso ahora unidas, gritan, a ver si así las escuchamos, por eso están encendidas, heridas también en el alma, por un país donde la herencia machista sigue instalada en los hogares, en las calles, en los centros de trabajo, ese maltrato soberbio que no puede, porque no quiere, mirarlas de igual a igual. Y llevan décadas con la lucha y nosotros, los varones, que hemos gobernado por mucho tiempo, hemos sido omisos, incapaces, ciegos, insensibles, tercos, mañosos, dejando que todo continúe.

    Vergüenza porque instalados en el horror -265 feminicidios en lo que va del 2020, 20 niñas menores de 14 años- todavía les escamoteamos tiempos para su lucha, y algunos suponen que un billete de lotería puede ocultar la realidad. Qué ofensivo.

    Vergüenza por nuestra incapacidad para sobreponer su agenda a cualquier otra prioridad. Ni los féretros, ni las lágrimas, ni las descripciones más espeluznantes, diabólicas, nos conmueven, como si un área de nuestro cerebro estuviera muerta para ellas, y el nervio de la sensibilidad lo tuviéramos atrofiado. Vergüenza por que el “ya basta”, “ni una más, ni una menos”, cruzan por nuestro cerebro sin mover la entraña. Monstruos insensibles, muertos para la mitad del mundo.

    De eso se trata, de sacudir a México. Tocar a una es tocar a todas, porque la radiografía de la civilidad de un país está en el trato a sus mujeres y los menores, porque en esto México sale muy mal, porque debería darnos vergüenza profunda por lo que todos hemos permitido, abuelos, padres, hermanos, hijos, amigos, compadres, colegas, todos cómplices al no exigir civilidad entre nosotros, a los varones, vergüenza entonces de género.

    Por lo pronto bajemos la mirada con vergüenza, imaginemos, tan sólo eso, el infierno que hemos creado, asumamos la complicidad implícita al callar sobre los golpes, sobre los despidos, sobre las arbitrariedades machistas.

    ¿Cómo empezar? Al volver a mirarlas, o estrechar su mano, o darles un beso, hagámoslo avergonzados.