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@rodolfodiazf
Es común que olvidemos aquel sabio consejo de Goethe: “Hablar es una necesidad, escuchar es un arte”.
En efecto, desde pequeños nuestros padres y familiares nos motivaron a pronunciar la primera palabra. Más tarde fuimos a la escuela y se nos proporcionaron elementos para aprender a leer y escribir, así como para hablar de una manera florida y elocuente.
Sin embargo, recibimos pocos estímulos y capacitación para aprender a escuchar. Parece que lo fundamental en la comunicación es hablar, pero esta concepción es equivocada. Más importante que saber hablar es saber escuchar.
Incluso, en muchas ocasiones se confunde el oír con el escuchar. Oír es un fenómeno fisiológico mediante el cual se perciben las vibraciones del sonido, de donde se colige que es una actividad pasiva. En cambio, escuchar es atender a todos los gestos, movimientos corporales y tonos de voz del interlocutor para comprender, encontrar e interpretar el sentido de lo que se está comunicando. Escuchar es mantener empatía y cercanía con la persona que está comunicándose a fin de que exista un verdadero diálogo, pues las palabras no solamente deben ser emitidas sino también recibidas.
James Martin cuenta una anécdota sucedida entre un novicio, llamado Kevin, y un sacerdote entrado en años y experto en dirección espiritual, que se conocieron en una reunión de jesuitas.
“¿De dónde eres Kevin?”, dijo el sacerdote. “De Boston”, respondió el tímido joven, quien se atrevió a hacerle una pregunta: “Padre, ¿cuál considera usted que es el aspecto más importante de la dirección espiritual?”
El sacerdote respondió: “Es fácil, Kevin, la escucha. Hay que ser un buen oyente. La escucha es la clave para ser un buen director espiritual”.
Kevin asintió: “Gracias, Padre, me será realmente útil”. Y el sacerdote finalizó: “¿De dónde eres, Kevin?”
¿Aprendo a escuchar?