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Anticipar quiere decir tomar o coger antes, adelantarse. Su etimología procede del latín ante y capio, capere. Sin embargo, ante no sólo significa antes, sino también delante de, como “ante oculos”, que no quiere decir antes de los ojos, sino ante los ojos. Por tanto, anticipar refiere tanto adelantar como tener delante. Debido a esto, anticipar el futuro es proyectarlo y hacerlo presente hoy.
El significado etimológico es muy adecuado porque permite descubrir que el futuro se hace hoy. No es algo que se pergeña o prepara para que suceda después, sino que con la acción actual se está ya construyendo.
Desde la antigüedad, el ser humano intentó anticipar el futuro. Cuando un ejército iba a emprender una batalla, los augures, oráculos, pitonisas, sacerdotes y adivinos auscultaban el designio de los dioses para saber si resultarían vencedores en el combate, o si la victoria se inclinaría para ungir al ejército contrario.
Actualmente, no se intenta adivinar el porvenir, sino, por el contrario, preparar las condiciones y escenarios del que puede provenir. El futuro no es un inexorable destino al que vamos, sino un proyecto y trayecto que nosotros creamos.
Es necesario que dejemos de pensar que el promisorio futuro responde a una suerte con que nos favorece la lotería. No, el futuro no se consigue por comprar el cachito premiado del melate, ni por presentir el ignoto compás de los latidos y corazonadas. El futuro se anticipa y prepara apropiándose del presente.
Conviene tener esto muy presente debido a la confusión e incertidumbre que ha generado el flagelo de la pandemia. Es común hablar de la nueva normalidad que sobrevendrá, pero lo que surgirá es indudablemente una nueva realidad. Realidad que no simplemente acaece y sobreviene, sino que se construye y previene.
¿Anticipo el futuro?