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"Éthos"

"Amo, luego existo"

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    Con el coronavirus renace el ancestral miedo a la muerte. Tememos diluirnos en la nada, separarnos físicamente de las personas que amamos, deshacer el nudo que nos mantiene atados a este mundo.

    La incertidumbre nos agobia. A quienes creemos nos mantiene la fe, pero de todas formas tememos el momento de la despedida. La razón no puede ofrecer una explicación satisfactoria.
    Juan Masiá, en su libro Fragilidad en esperanza, constató este permanente adviento de la muerte: “El ser humano sabe que morirá y prevé su muerte. A veces la teme, a veces la desea y, a veces, intenta ignorarla sin lograrlo plenamente. Sabe que llegará ciertamente, aunque no sabe cuándo”.
    Miguel de Unamuno, en El sentimiento trágico de la vida, afirmó que le era imposible concebirse como inexistente, a la vez que no alcanzaba a comprender que sucedería si no muriera.
    “¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido. Y hay tres soluciones: a) o sé que me muero del todo, y entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una cosa ni otra, y entonces la resignación en la desesperación o ésta en aquella, una resignación desesperada o una desesperación resignada, y la lucha”.
    La fórmula cartesiana: “Pienso, luego existo” debe ser transformada en “Amo, luego existo”, porque quien no ama ya está muerto, como expresó el evangelista Juan: “Quien no ama permanece en la muerte” (1 Juan 3, 14).
    ¿Existo verdaderamente?
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    @rodolfodiazf