@JorgeGCastaneda
La exoneración del ex Secretario Cienfuegos no sorprendió a nadie, supongo. En menos de dos meses, la Fiscalía mexicana resolvió que los resultados de una investigación de varios años de la DEA y de los fiscales federales del Distrito oriental de Nueva York (EDNY) eran falsos, fabricados, o insuficientes. No habrá juicio en México, ni el asunto dará lugar a otras investigaciones. Podría haber sido “suicida” o no esta actitud, pero ya fue.
Sorprende un poco más que el gobierno acuse innecesariamente a las autoridades norteamericanas (DEA, más Gran Jurado de Nueva York, más EDNY) de fabricar o inventar pruebas contra Cienfuegos. Y más extraña que AMLO pretenda hacer público el expediente (con las pruebas falsas) que mandó Washington a México, corriendo todo tipo de riesgos de divulgación de información clasificada y de violación del sigilo judicial. Si a todo esto sumamos los demás disparates de López Obrador de los últimos días contra Estados Unidos -no felicitar a Biden, ofrecer asilo a Assange, no condenar el asalto de la turba trumpista al Capitolio- empezamos a vislumbrar un patrón de conducta. El Presidente quiere pleito con los yanquis, y en una de esas lo consigue. La pregunta es por qué le urge este conflicto.
El patrioterismo ramplón siempre reditúa en campaña electoral, por lo menos entre militantes (aunque no con la población en general). Y Morena lo que más necesita es movilizar a sus magros recursos humanos o cuadros para una elección que se antoja cada vez más cerrada. Además, es obvio que fuera de su simpatía personal por Trump, López Obrador se siente muy cómodo con el anti-imperialismo setentero, y detesta a Biden. Más aún, parece estar convencido (lo insinuó en la mañanera de ayer) que los fiscales de Nueva York (según el, del Partido Demócrata) detuvieron a Cienfuegos para favorecer a Biden y perjudicar a Trump en la campaña electoral. Aunque la sospecha es delirante, cabe bien en la mentalidad presidencial: todo gira en torno a él.
Pero lo más probable es que AMLO tema, con algo de razón, que el equipo de Biden va a ser menos condescendiente con el que el de Trump. Tal vez cree, de nuevo, acertadamente, que en cualquier momento la nueva administración decida leerle la cartilla a propósito de lo que más le importa a Estados Unidos desde tiempos de Woodrow Wilson: la estabilidad mexicana.
Lo último que desea López Obrador es que el Gobierno norteamericano le plantee quejas sobre su manejo de la pandemia, de la economía, de la democracia mexicana, de los derechos humanos, de la violencia y de la militarización del país. No es que Biden se apreste a hacerlo el 21 de enero. Ni con seguridad más adelante. Pero todos sabemos que el único posible contrapeso real ante la catástrofe que se avecina en México es Estados Unidos: ni la Oposición, ni la Iglesia, ni los empresarios se encuentran en condiciones de asumir dicha responsabilidad. Y el Ejército es parte del problema, no de la solución.
AMLO busca, quizás, pintar su raya con Biden antes de que se le adelante. Mejor comprar varios pleitos chiquitos a cada rato, que uno grandote y de golpe y porrazo. No se trata de una estrategia absurda, aunque sí es peligrosa. A mucha gente de militancia de izquierda o incluso medio priista le puede gustar la postura anti-yanqui. A otros, los dueños del dinero, por ejemplo, y las clases medias del norte y centro del País, no. A ver si funciona electoralmente. Para cualquier otro objetivo, no sirve.