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Se fue Esteban Moctezuma de la SEP con más pena que gloria, con las clases presenciales detenidas y un programa de aprendizaje en casa que hace agua por todos lados. El legado más relevante de su gestión será el restablecimiento pleno del control sindical en el sistema de educación básica, el desmantelamiento de programas que funcionaban, como escuelas de tiempo completo y la orientación del gasto educativo no destinado a salarios al sistema de becas que forma parte esencial del proyecto político del Presidente.
Para sustituirlo, López Obrador nombró a la profesora Delfina Gómez Álvarez, leal a la causa desde los primeros tiempos, aguerrida candidata al Gobierno del estado de México, derrotada por los pelos por Alfredo del Mazo y que estaba en capilla en su papel de súper delegada presidencial en su entidad. En cuanto fue designada, los clamores en redes se centraron en las formas de expresión oral de la maestra, que utiliza formas arcaicas del castellano mantenidas en muchas zonas rurales del país. ¿Cómo era posible que López Obrador se atreviera a nombrar a alguien que dice “nadien”? Lo patético de las críticas es que la mayoría de quienes las hacen dicen “habemos” y escriben “haber” cuando quieren decir “a ver”.
La maestra Gómez no sólo es profesora normalista. Tiene también una maestría en la UPN. Muchos de sus improvisados críticos de seguro cuentan con estudios universitarios. Algo está muy, pero muy mal en nuestro sistema educativo cuando las personas con estudios superiores no tienen siquiera las competencias básicas para manejar de manera adecuada el lenguaje. Eso es lo que debería alarmarnos: cómo es posible que el sistema educativo mexicano produzca egresados que, incluso en sus niveles superiores no saben expresarse, leer ni escribir.
Desde que se aplica la prueba PISA en México tenemos información de la quiebra de un sistema que produce analfabetos funcionales, incapaces de manejarse por la vida con operaciones matemáticas elementales y que, desde luego, es incapaz de diferenciar el conocimiento científico de cualquier paparrucha que le llega por los medios o las redes sociales. Ahora mismo, frente a la pandemia, he visto cómo personas educadas se compran el primer cuento que escuchan, les creen a los vendedores de aceite de serpiente, mientras desconfían del conocimiento sometido al rigor de la prueba y dudan de las vacunas. Que digan “nadien” o “habemos” resulta menor.
Una de las causas tradicionales de la izquierda ha sido alcanzar un sistema educativo que sirva de palanca para la igualdad. Que le permita a quienes provienen de hogares económica y socialmente desfavorecidos contar con los conocimientos básicos para competir con quienes proviene del privilegio por empleos de calidad, que genere capacidades para ganarse la vida con autonomía, que permita igualar el piso para que, entonces sí, sea el mérito el detonante del éxito. Un sistema educativo fracasado como el mexicano, en cambio, condena a la mayoría a quedar entrampado en la pobreza y a convertirse en clientelas cautivas de políticos, mientras que quienes tienen acceso a una educación mejor porque la pueden pagar ocupan los mejores empleos y se quedan con las oportunidades.
Tenemos un sistema educativo que reproduce la desigualdad. De ahí que durante décadas muchos desde la sociedad civil hayamos luchado por reformas para elevar la calidad de la educación. Pero llegó al poder el paladín del pueblo a decir que todo eso no era más que basura neoliberal, que basta con becas para mantener a los alumnos en la escuela, aunque lo que aprenden ahí no sirva para nada, aunque los niños sigan desertando de la escuela a los quince años, con todo y becas, porque lo que aprenden en la educación básico no les permite continuar ni siquiera en la bastante deficiente educación media a la que tienen acceso.
Según el Gobierno, su preocupación está puesta en los maestros, a los que el satánico neoliberalismo puso en la picota porque se planteó evaluarlos. Mucho he criticado la manera como el Gobierno de Peña Nieto quiso usar la evaluación, pero es falso que a este Gobierno le interesen los maestros, dignificar su carrera, recuperar el reconocimiento social para su trabajo.
Lo que le interesa es mantenerlos apaciguados, que no protesten, que se conformen con un sistema donde los que se necesita es ser leal y disciplinado al SNTE o a la CNTE para ir consiguiendo cambios de adscripción, más horas o, eventualmente, una promoción. A este Gobierno no le interesa la dignidad de los maestros, le interesa mantenerlos controlados, como lo hizo el régimen del PRI por más de cincuenta años y lo siguieron haciendo los gobiernos del PAN.
Hay quienes festejan que, por fin, una maestra con experiencia de aula llegue a la cabeza de la SEP. Bien, habrá que darle el maleficio de la duda y ver si eso representa algún cambio. Sin embargo, lo que veo es que quien llega es una operadora sindical, con el encargo de mantener buenas relaciones sindicales y gestionar las becas, el instrumento con el que López Obrador seguirá sosteniendo su apoyo clientelista. Porque como se ha encargado de decir Gilberto Guevara Niebla, todo el tacaño presupuesto educativo de este Gobierno se concentra en las becas, mientras que nada se hace para desarrollar programas con recursos que permitan mejorar la calidad de la enseñanza. Poco se le puede pedir a la nueva Secretaria de Educación si su jefe ya decidió el rumbo y los recursos.