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Amenazada, pero con el vigor de su historia y de su pasión por el futuro. Envenenada por el histrión que en sólo cuatro años sacudió sus cimientos, pero decidida a corregir. Así amaneció la nación estadounidense a la que se dirigió Joe Biden. En 25 minutos viró el timón con el poder de la palabra.
“Tenemos que poner fin a esta guerra civil que enfrenta al rojo con el azul, a lo rural con lo urbano, a los conservadores con los liberales”. El requisito es “abrir nuestras almas en vez de endurecer nuestros corazones”. Biden sabe del dolor y lo lleva en la entraña, habla el creyente que no tiene empacho en declarar su fe y mentar su alma, habla de la necesaria bondad en la vida pública, ese troquel liberal que demanda “mostrar un poco de tolerancia y humildad” y estar dispuesto a “ponernos en el lugar de otra persona”. Simpatía en Adam Smith, empatía en el lenguaje coloquial. Porque en la vida hay momentos para ayudar, sabiendo que en otros pediremos ayuda.
Pero mucho se pudrió en cuatro años, la lección es dolorosa: “Hay verdad y hay mentiras. Mentiras contadas por motivos de poder y provecho” y son ellas las que envenenan a la nación como conjunto de sentimientos compartidos. Para combatir a la mentira que enferma “…cada uno de nosotros tiene el deber y la responsabilidad como ciudadanos… y especialmente como líderes… de defender a la verdad y derrotar a las mentiras”. La dolorosa lección está ahí, “…la democracia es preciosa… la democracia es frágil”. Por ello, a mirar hacia delante, no ser presas del pasado. Unidad es la consigna, unidad dentro de las diferencias “Empecemos a escucharnos unos a otros, a oírnos unos a otros, a vernos… a respetarnos”. La confrontación como estrategia sólo debilita. “La política no tiene por qué ser un incendio voraz que destruye todo lo que encuentra en su camino”. Y de nuevo al veneno: “…debemos rechazar una cultura en la que se manipulan e incluso se fabrican los propios hechos”.
Hablar con la verdad y denunciar la mentira.
Sus definiciones son claras: “Un grito de supervivencia nos llega del propio planeta, un grito que ya no puede ser más desesperado ni más claro”. Viene un invierno oscuro y mortal, lo peor del virus. “Debemos dejar a un lado la política y enfrentarnos por fin a esta pandemia como una nación”. Biden sabe de la responsabilidad en el liderazgo mundial. “Este es mi mensaje para aquellos más allá de nuestras fronteras: EEUU ha sido puesto a prueba y ha salido de ello reforzado. Repararemos nuestras alianzas y nos relacionaremos con el mundo otra vez…” para así mirar al futuro. “Y no sólo predicaremos con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo. Seremos un socio fuerte para la paz, el progreso y la seguridad”.
México no puede evadir el golpe de timón. Bien para nuestro país. Ya no habrá eco allá para las mentiras. La decencia que invoca el flamante Presidente no tolera la mentira, ni el engaño, ni las fanfarronerías. Biden es un profesional que se está rodeando de profesionales con los cuales habrán de tratar nuestras burocracias. Nada de primero la lealtad y después el conocimiento. A la acción en horas, 17 “órdenes ejecutivas”: 100 días de cubrebocas como “deber patriótico” y otras medidas sanitarias muy estrictas para las burocracias. Volver a la OMS como respaldo inmediato; coordinación nacional de las medidas contra la pandemia; prorrogar las moratorias de desalojo y ejecución hipotecaria, un alivio para decenas de millones; pausa a la deuda estudiantil, oxígeno puro; regresar al acuerdo de Paris y marcha atrás a las regresiones medioambientales; equidad racial; inclusión de migrantes en el censo; cobijo a los “dreamers”; apertura al mundo musulmán; protección a migrantes; atrás el muro; tolerancia a los liberianos; severidad contra la discriminación; compromiso ético de la burocracia federal. Manos a la obra.
Se fue la comparsa. No a la mentira, seriedad, profesionalismo, ética. A corregir aquí o habrá confrontación.