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Es evidente que después de los resultados de las elecciones en los estados de Hidalgo y Coahuila, el proceso electoral del 2021 se adelanta, modifica el ambiente, así como los entusiasmos de aspirantes y partidos políticos en el País. Una experiencia muy aleccionadora de lo que puede esperarse para las próximas elecciones y un referente con posible réplica en el resto de las entidades.
Para sorpresa de muchos, el PRI es el gran ganador de las elecciones del pasado domingo y el perdedor absoluto es Morena. A pesar de lo relativo de las condiciones que propiciaron tales resultados, la jornada electoral de Hidalgo y Coahuila deja lecciones diversas que nos explican de cierta manera el comportamiento de las votaciones y las razones por las que, por diversas rutas y variables, se pueden llegar a resultados distintos.
Una de las conclusiones que hoy se perciben, es que en democracia y elecciones, hay partidos que ganan cuando la gente vota y otros cuando la gente no vota. Se estima que en promedio cuatro de cada diez electores acudieron a votar, lo que arroja un porcentaje de alrededor del 40 por ciento de participación ciudadana. Esta circunstancia desde luego tiene que ver con la situación de pandemia y muy probablemente también por la falta de estímulos ante la ausencia de ambientes electorales acostumbrados, además de la marcada diferencia que representa no elegir también al Presidente de la República.
Sin embargo, estos factores no son nada novedosos, si consideramos que estas experiencias relacionadas con altos índices de abstención y baja participación ya se han presentado en anteriores procesos electorales. Lo cierto es que, a excepción de la pandemia, los partidos y políticos profesionales cuentan ya con una experiencia probada en posibles escenarios como estos. ¿Qué fue entonces lo que pudo haber pasado?
Una de las respuestas es sin duda, que los resultados están ligados de manera proporcional al comportamiento de los partidos políticos y cómo estos se desempeñaron en la elección y asumieron la competencia del proceso electoral.
Morena perdió, porque se dejó ganar. A pesar de que en la elección de 2018 prometía convertirse en el partido más poderoso de México, su enfrascada lucha intestina terminó por colapsar toda capacidad de organización y competencia electoral, una situación decepcionante para su militancia y simpatizantes, que se quedaron en la espera de la consolidación de un liderazgo social como partido ganador, sobre todo en entidades que estratégicamente requerirían alcanzar nuevos triunfos y afianzarse como opción política.
El PRI ganó porque la lección aprendió. Como nunca antes, el PRI habría perdido tantas elecciones juntas y obtenido tan baja votación como en 2018. El mensaje de los electores fue claro y al parecer así se entendió, pues en estas dos entidades lejos del posible desgaste de sus gobiernos y la adversidad que pudiera representar ser oposición ante el gobierno federal, en Coahuila logra la mayoría absoluta en el Congreso colocando como ganadores a todos sus candidatos, y en Hidalgo gana sin alianzas el mayor número de alcaldías con respecto a otros partidos y alianzas.
El PAN su derrota confirmó. Y es que el trauma que aún padece Acción Nacional, no les permite asimilar los cambios en la realidad política del país. Se han enfrascado más en la retórica de la provocación y la embestida, a tal grado de colocarse como el partido que más ha desafiado y promovido el enfrentamiento con evidente furia y arrojo al gobierno de la 4T. Esta condición de ira y confrontación, es muy probable que sea una de las razones por las que haya extraviado la dirección de sus esfuerzos y con ello el pulso de la política a nivel nacional. Como daño colateral más evidente, es la desorientación de la acción política en la mayoría de las entidades del país, incluyendo Sinaloa.
El PRD enfrenta su peor época. Considerado como el partido que más perdió luego de establecer una contradictoria alianza con sus antiguos adversarios del PRI y el PAN, el PRD se ha vuelto una organización pasmada y vacía por dentro, que depende de alianzas para mantener su registro. Convertido en partido satélite, sobrevive de reflejos políticos en la negación de sus nuevas circunstancias, esperando despertar del sueño de sus erradas decisiones. Es quizá la más triste historia de un final anunciado.
Para el resto de los partidos que por décadas han permanecido en el presupuesto de nuestra democracia, su futuro no será distinto, pues la prioridad seguirá dependiendo de su habilidad para negociar nuevas alianzas.
En Sinaloa, como en otras entidades, el resultado de la elección en Hidalgo y Coahuila, significa simbólicamente la “primera llamada” de tres para que, como sucede en el teatro, inicie la particular narrativa de una historia que se cuenta antes de iniciada la función. La trama de un tablero con antiguas y renovadas piezas de ajedrez, pero con los mismos ajedrecistas.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.