La noche de ayer en la capital de Sinaloa se enfiló a la media noche, como una docena de veces más, con miedo y zozobra, pero con antecedentes muy frescos de que esto más allá de mejorar, empeora.
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En la Policía Municipal de Culiacán ya renunciaron 99 elementos, previo a que les aplicaran autoridades federales exámenes de control y confianza para medir su integridad e intereses.
El Gobernador Rubén Rocha Moya se molestó cuando le preguntaron que si es cierto que los policías están renunciando por presiones desde el Gobierno de Culiacán, o sea a la fuerza, a lo que el Mandatario estatal respondió de una manera medio altanera que desde su administración se ha priorizado darle trabajo a la gente y no andar corriendo con esas mañas a empleados públicos.
Al Gobernador se le barrió, pues no es el caso y a él no le toca dar explicaciones por este tema de alcance municipal, ya que se supone que el Gobierno de Culiacán lo administra su ahijado Juan de Dios Gámez Mendívil, conocido como el Presidente Municipal, pero no es secreto que también Rocha Moya mete mano en las decisiones municipales.
Pero el tema es que los policías se están yendo, y cómo no. La crisis de seguridad les ha alcanzado, y en el caso de municipios como Mazatlán incluso hay elementos o ex elementos asesinados, o el caso de Navolato donde terriblemente fueron asesinados elementos de la Policía Municipal mientras se encontraban en servicio y vigilando San Pedro.
El Gobernador no debe alarmarse por esto, pues el ser policía municipal en Sinaloa no es carrera, es un secreto a voces que luego tienen promociones para elementos que lambisconean o se ponen la del Puebla con los mandos, hay un evidente abandono por la falta de prestaciones y sus sueldos suelen ser muy bajitos, que nada más saca del apuro a las familias.
Y a esto hay que sumarle la situación de inseguridad y la ya sabida corrupción y filtración de elementos trabajando chueco en todas las corporaciones, que nada más pone en más riesgo a los compañeros y a sus familias.
Un mes duraron los policías de Culiacán desarmados, pues se les estaban revisando sus armas por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional, según, pero la lectura de este tema es que simplemente la autoridad federal no confía en ellos en medio de una guerra del crimen organizado, por eso mismo los que pueden pelar gallo, pues se van.
Ahora más que nunca es necesaria una auditoría intensa en las corporaciones de seguridad locales y en la misma Fiscalía General del Estado de Sinaloa, así como garantizar la seguridad y derechos laborales de los elementos, pues hoy es cuando más necesitamos a los buenos elementos.
Hay resiliencia de los restauranteros de Imala y de toda la región, que a pesar de la violencia constante, siguen buscando formas de reactivar su economía.
Iniciativas como Rescatemos Altata, impulsada por Miguel Taniyama, y eventos como Jalemos con la Banda son claros ejemplos de un esfuerzo colectivo por mantener a flote el sector restaurantero, que ha sido gravemente golpeado por la inseguridad.
La comunidad sigue luchando ante la adversidad, tratando de dar vida a su economía con actividades que fomentan principalmente la confianza y el consumo local.
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, la violencia sigue haciendo de las suyas.
Este lunes el pueblo señorial de Imala, enclavado en la zona serrana del oriente del municipio de Culiacán, fue sacudido por una batalla entre civiles armados.
La balacera, dicho sea de paso, arruinó la infraestructura del servicio de energía eléctrica y dejó al pueblo sin luz, un recordatorio brutal de que, por mucho que se intente reactivar la vida económica, el clima de inseguridad sigue siendo un factor y por ende una amenaza latente.
Los restauranteros que buscan atraer clientes a sus mesas se enfrentan al miedo constante de que, en cualquier momento, una situación de violencia pueda interrumpir sus operaciones, y aun así, persisten.
La economía local no puede recuperarse completamente si el miedo sigue siendo el factor más determinante en las decisiones de las personas.
Los restauranteros de Imala no sólo luchan por sus negocios que tardaron décadas en construir, sino por la posibilidad de vivir y trabajar sin temor, de reactivar una economía que depende de la confianza y de la seguridad.
Ayer quisimos dar la noticia de que existía el entusiasmo que Imala sería el próximo beneficiario de una caravana para recuperar ese espacio, pero tristemente tuvimos que detenernos.
Las iniciativas, insistimos, son valiosas, pero si el clima de inseguridad no se erradica, los esfuerzos de recuperación seguirán siendo como castillos de arena, que se desvanecen con el primer viento de violencia.
Las redes sociales se han convertido en las últimas semanas en una herramienta que puede ser un arma de dos filos.
Algunos hechos violentos entre las 20:00 y 21:00 horas dieron la alerta para que cayeran, como en cascada, reportes de civiles armados moviéndose en vehículos por la ciudad.
Las redes entran tanto como para prevenir, pero también para mostrarnos lo oscuras qué pueden ser las noches en Culiacán.
Nada fácil tener a un familiar lejos sabiendo que hay personas armadas, con razones para pelear una guerra, circulando por ese barrio que alguna vez creímos que era tranquilo.
Ahora se duerme pensando en que lo que venga no alcance a los que queremos, o por lo menos nos los aceche.
La noche de ayer en la capital de Sinaloa se enfiló a la media noche, como una docena de veces más, con miedo y zozobra, pero con antecedentes muy frescos de que esto más allá de mejorar, empeora.
Nadie quiere despertarse con un nuevo Jueves Negro, ni en jueves, ni en martes, ni en cualquier día.
Pero ahora tenemos que apechugar, contar con que las fuerzas federales y estatales lleguen tan pronto a los reportes para ayudar a recuperar, tan rápido como nos llegan a nosotros para arrebatarnos la calma.
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