Escritora e investigadora en la UNAM
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En su espacio televisivo "Punto de Partida", Denise Maerker presentó hace unos días un reportaje escalofriante sobre las fotografías obtenidas del celular de uno de los sicarios detenidos por el caso Ayotzinapa. Se trata, como dijo, de un catálogo del horror, más de 60 imágenes de seres humanos a quienes se golpeó, torturó, asesinó.
¿Para qué presentar esto? ¿Qué sentido tiene hacerlo? ¿Para agregar más sal a la herida en que vivimos?
No, no es para eso. Como bien dijo la conductora, esto hay que mostrarlo porque las fotografías pueden servirle a los parientes de las víctimas para saber de sus seres queridos, con todo y el extremo dolor que va a significar para ellos revisarlas y ver lo que sufrieron los suyos y otros seres humanos.
La tarea que les espera "enchina el cuero". Y sin embargo, para ellos, según dijo una activista entrevistada por el equipo de la comunicadora, un hallazgo de esta naturaleza lo viven como una "esperanza".
¿A dónde hemos llegado que la esperanza consiste en saber la verdad aun si esa verdad es ésta?
"A estas alturas ya estamos preparados para todo menos para que regrese vivo" dice la hermana de un desaparecido, y tanto ella como el Párroco de Iguala que ha trabajado con las familias de las víctimas, afirman: "No buscamos culpables, ya no buscamos justicia, eso ya no importa, sólo queremos encontrar a nuestro ser querido, enterrar a nuestros muertos".
Escalofriantes respuestas. Pero los seres humanos las necesitamos, por paradójico que suene, pues mientras no se sabe la verdad, no es posible descansar, no es posible dejar de buscar.
Pero además, estas imágenes hacen evidente que cada paso que se da en México para encontrar a una víctima, en lugar de resolver un caso, sirve para destapar otros muchos. La búsqueda de los jóvenes de Ayotzinapa llevó a que se encontraran más de 60 fosas clandestinas tan sólo en esa zona del estado de Guerrero, con 182 restos humanos. Algo así había pasado cuando se descubrieron fosas en Tamaulipas o con los jóvenes de un bar de la Ciudad de México. Y eso para no hablar de situaciones como las de Veracruz y Sinaloa, donde deslaves debido a las lluvias pusieron al descubierto fosas llenas de cadáveres, o el accidente de toparse con una en la frontera entre Nuevo León y Estados Unidos.
Y es que todo el tiempo está sucediendo esto, todo el tiempo están apareciendo los desaparecidos, y sin embargo siguen faltando muchos. Éste es el verdadero horror de nuestro País: que los 25 mil que dice la Secretaría de Gobernación no son todos.
Periodismo como el de Denisse Maerker y su equipo es el que requerimos. Ella pone frente a nuestros ojos realidades como las que mostró cuando su equipo siguió al tren llamado "La bestia" y las infinitas penalidades de los migrantes; o cuando en Michoacán escuchamos a una madre orgullosa decirle a "La Tuta": "No uno, sino dos de mis muchachos trabajan para usted"; o cuando nos enteramos de tantas muchachas desaparecidas en Ecatepec, atraídas por el señuelo del trabajo de edecán y modelo; o cuando dejó la pantalla en negro para protestar por el secuestro de cuatro periodistas que cubrían un mitin de protesta: "No estoy dispuesta a fingir que no pasa nada, pues esto representa el secuestro de todo el periodismo".
Sin estridencias, sin dedos acusatorios, sin soltar hipótesis que no tienen comprobación, con cuidado y respeto hacia las víctimas y sus familiares, pero también hacia el auditorio que somos todos, la comunicadora evidencia que hacer buen periodismo y tomar posición no es sinónimo de gritar, gesticular, acusar, repetir lugares comunes, mostrar lo más escabroso para que se piense que es valiente, sino que se trata de incidir en los resultados y para ello lo que cuenta es saber elegir el tema, investigarlo correctamente y decidir el modo de presentarlo adecuado para un propósito. Este es el mérito de Denise Maerker, que actualmente muy pocos comunicadores lo tienen.