Editorial
Hoy, hay dos méxicos en materia diplomática, por un lado tenemos al México que ofrece asilo político al ex Presidente de Bolivia, Evo Morales, y por otro el México que repele a palos a cientos de migrantes centroamericanos.
El México que ofrece asilo político es el mismo México que durante décadas se ha labrado el respeto del resto de las naciones por ser un país siempre abierto a recibir al refugiado, el otro es el país azuzado por Donald Trump, el Presidente de Estados Unidos, capaz de sacar lo peor de sí mismo y de los demás.
La historia diplomática de nuestro México es añeja, profunda y rica, a estas tierras han llegado refugiados de todo el mundo, oleadas de chinos, españoles, cubanos, chilenos, argentinos, israelitas, árabes de todos los países, rusos, franceses, alemanes e italianos.
La mayoría de ellos llegó cuando sus países pasaban tiempos difíciles, fueron perseguidos políticos, víctimas de conflictos internos o internacionales, damnificados de algún desastre natural o afectados por hambrunas o crisis económicas.
En retribución los migrantes han enriquecido a México de mil maneras y el desarrollo que hoy vivimos no se podría entender sin aceptar todo lo que trajeron y crearon en nuestro territorio.
Por todo el territorio nacional podemos distinguir su presencia, nuestra cultura se ha enriquecido de ellos y al final los hemos asimilado como parte nuestra.
Por eso y por mucho más es incomprensible que hoy, cuando nuestros vecinos más ayuda necesitan, les enviemos a un grupo de militares armados a que impidan su llegada, los arrestemos y los deportemos como si fueran criminales.
Durante años nos hemos quejado de los maltratos que reciben nuestros paisanos en Estados Unidos y hoy nosotros somos incapaces de tender una mano a los que buscan una mejor vida.