En ocasiones, la historia tiene una trágica manera de cerrar un ciclo.
Las imágenes de personas cayendo de un avión en Afganistán nos recordaron el horror que vivieron las personas que se arrojaron al vacío desde las ventanas de las Torres Gemelas, mientras los edificios eran consumidos por las llamas.
Ayer, los talibanes ya estaban instalados en Kabul, la capital afgana, después de tomar el país, sin apenas realizar un gran esfuerzo militar. Las fuerzas entrenadas durante 20 años por Estados Unidos se entregaron sin ofrecer resistencia.
Afganistán es después de 20 años de ocupación, miles de millones de dólares tirados a la basura y miles de vidas desperdiciadas en una guerra desigual, el mismo país de hace dos décadas: pobre, radicalizado y cerrado en sí mismo.
Estados Unidos intervino militarmente Afganistán después del ataque a las Torres Gemelas, exigiendo a los talibanes en el poder, que les entregara a Osama Bin Laden y combatiera al grupo terrorista Al Qaeda.
Como los talibanes se negaron, Estados Unidos desplegó una fuerza militar que sacó del poder a los talibanes, pero nunca los derrotó, simplemente escaparon a las zonas montañosas o se refugiaron en Pakistán.
Hoy, con un ejército desmoralizado, una economía cansada de soportar una guerra lejana y costosa, el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, decidió cortar por lo sano y retiró la fuerza militar.
La caída de las frágiles instituciones que habían creado la ONU y las fuerzas aliadas demostró que la intervención jamás pudo construir un nuevo país, los remiendos se desmoronaron en apenas unas horas.
Hoy, Afganistán deberá de volver a comenzar la reconstrucción de su país comenzando de cero y con un grupo armado en el poder, pero está claro que solo la ciudadanía de ese país podrá construir su propia nación.