Algo está muy mal en nuestra sociedad cuando la violencia nos despierta de manera cotidiana.
Ayer de nuevo Culiacán se terminó de despertar así, con enfrentamientos, con balaceras, con persecuciones... con miedo e incertidumbre.
Ya no fue jueves, ahora fue en lunes y eso es lo de menos. Lo importante es el riesgo en el que nos sentimos. Y es que aunque las autoridades casi de inmediato saltan a decir que la situación está controlada, lo cierto es que la psicosis surge porque el terror está instaurado.
Y decimos terror porque a final de cuentas la afectación es de eso. El miedo paraliza la ciudad. Afecta la vida cotidiana. Trastoca las actividades escolares y económicas.
Ciertamente la huella que dejaron los primeros dos jueves negros son imborrables al menos en el corto y mediano plazo, y son los fantasmas que resurgen con cada hecho como el de ayer.
No es gratuito el miedo y la incertidumbre, la experiencia nos dice que el riesgo está ahí, latente, que aunque es un asunto “entre ellos”, nos puede tocar algo a cualquiera de nosotros, porque “ellos” toman las calles, se apropian de ellas, hacen y deshacen, y los buenos “aunque seamos más” nos quedamos con las consecuencias, nos frenamos y nos encerramos.
Suspendemos clases, suspendemos eventos, aplazamos celebraciones, cerramos negocios, nos refugiamos en casa, y los que no pueden hacerlo, porque el trabajo obliga, se mueven como pueden, porque a final de cuentas la ciudad está paralizada como muchos de sus servicios, incluyendo el transporte público.
Así que la autoridad nos dice que no salgamos, y obedecemos, cedemos... cedemos nuestros espacios, nuestras calles, nuestras ciudades, nuestro mundo... porque no nos queda de otra.
¿O sí?