Aunque parezca una locura, la guerra comercial provocada por el Presidente Trump, al imponer aranceles al resto del mundo, comienza a tener sentido, según algunos especialistas.
Lo primero que hay que entender es que Estados Unidos impulsó su propio desarrollo y el de sus aliados gracias a las reglas financieras impuestas después de la Segunda Guerra Mundial, convirtiendo desde entonces al dólar en la moneda de referencia.
Durante muchos años esto benefició a Estados Unidos y al resto de los países, que devaluaban y fortalecían su moneda según sus intereses, siempre en comparación con la moneda estadounidenses, la más sólida del mercado.
Mientras Estados Unidos fue capaz de liderar el sector tecnológico y las exportaciones, la fortaleza de su moneda no fue un problema, sólo ellos tenían lo mejor y lo vendían al precio que querían.
Sin embargo, hoy, el resto del mundo compite con igualdad con Estados Unidos, en prácticamente todos los campos tecnológicos y ahí el dólar fuerte y caro pone en desventaja a Estados Unidos.
Para sobrevivir, la economía de Estados Unidos se ha endeudado hasta límites insostenibles, pero su mercado interno sigue siendo el más rico y el que más consume.
Donald Trump quiere cambiar lo establecido: quiere cobrar por vender en el mercado más grande y rico del planeta, quiere un dólar barato, quiere nuevas reglas y para llegar a eso es capaz de destruir la manera en la que negociamos en el mundo entero.