Si algo temen las autoridades es que sus actos de gobierno se vuelvan impopulares, aún cuando sean necesarios para la armonía social.
Por eso, en lugares como Mazatlán, pocas veces se atreven a hacer una aplicación efectiva de los reglamentos, por el miedo que les genera tener una reprobación social.
Y las consecuencias, como en este caso Mazatlán, lo termina pagando la ciudad y su gente, en una comunidad que crece desordenada y con la capacidad de servicios públicos cada vez más limitada.
Porque ese es uno de los problemas de este destino turístico, que los reglamentos se vuelven laxos con la esperanza de no espantar ni a los visitantes ni a los inversionistas y con ello, se ocasiona que la ciudad empiece su deterioro.
Quienes estuvieron en Mazatlán en los días recientes seguro se habrán dado cuenta del enorme esfuerzo que ha significado mantener las calles de las zonas turísticas limpias ante los miles de visitantes llegaron por el Carnaval.
Y el esfuerzo ha sido principalmente porque la ciudad tolera que las calles, avenidas y sitios turísticos se conviertan en puntos de acumulación de basura sin ningún tipo de sanción ni apercibimiento.
A diferencia de otros destinos turísticos donde los visitantes deben acatar las reglas de convivencia, pero sobre todo, las reglas de respeto a la ciudad, a Mazatlán pareciera que llegan con la carta abierta para hacer lo que en otros lugares no se les permite.
Y algo similar ocurre con algunos desarrollos inmobiliarios. Es común ver que se inicia una construcción, la cual clausuran por incumplir con el reglamento y al paso de los días, reinician operaciones.
El problema no es que los sancionen, sino que se ha vuelto también un vicio recurrente que los proyectos inician sin cumplir con lo mínimo necesario.
Mazatlán puede ser otro y mejor, como también las otras ciudades de Sinaloa, pero para lograrlo, se necesita de orden y de voluntad de quienes gobiernan por aplicar las leyes y reglas que corresponden, sin miedo a su popularidad.