Editorial
Miles de sinaloenses salieron a las calles para recuperar una ciudad que se niegan a entregar a la delincuencia organizada.
La tarde del domingo 27 de octubre se convirtió en la respuesta al 17 de octubre, cuando la ciudadanía que ayer salió a las calles se vio obligada a replegarse, amenazada por el despliegue de la delincuencia organizada.
La marcha “Culiacán Valiente” fue la forma de acallar el ruido de las balas de aquel jueves que quedará en la historia de la ciudad como una mancha negra, donde un operativo fallido mostró todas las costuras de un sistema de seguridad incapaz de traer paz al País.
Las marchas son siempre un buen termómetro de una ciudad, son quizá el instrumento más básico que tiene la sociedad para mostrar su sentir, después de las urnas electorales.
Salir a la calle y mostrar el rostro no solo es valiente, es una forma muy clara de decirle al mundo entero lo que pensamos, lo que sentimos, lo que soñamos.
Las manifestaciones públicas suelen provocar revoluciones, tumbar a funcionarios indeseables o pedir cambios en las reglas que dictan las maneras de vivir de una sociedad.
En esta ocasión los habitantes de Culiacán salieron para dejar en claro que su ciudad y su gente es mucho más que un grupo de encapuchados disparando en las calles.
Empresarios, activistas, ciudadanos de a pie y hasta funcionarios se dieron cita en la caminata que intentó cubrir una de las rutas más utilizadas por los pistoleros durante el jueves aciago.
Una marcha es una forma valiente de salir a la calle, con la única protección que da formar parte de un grupo mayor, un grupo que comparte el mismo amor por su ciudad y con las mismas ganas de vivir en paz.
Las balas destruyen vidas, amagan, amenazan; las marchas construyen una sociedad más participativa, consciente, responsable.