Si algo han dejado por aprender las marchas y movimientos feministas es la urgencia de la sociedad en general y de los hombres en particular de reconfigurar la manera en que se ha asumido el papel de la mujer en la sociedad.
Hoy quienes dan la batalla, de manera silenciosa algunas, de manera expuesta otras, han demostrado que sus capacidades para liderar, encabezar, dirigir, ejecutar o planear está mucho más año de lo que por muchas décadas le habían endilgado.
Y junto con esas etiquetas que se les asignaba, está la de ser el objeto de acoso de ciertos hombres que se han quedado con la mentalidad de que hacerlo está bien, cuando no lo es. Y no es correcto.
Para quienes fueron educados en una época en la que se les inculcaba que hacer comentarios hacia y sobre las mujeres era normal, hoy deberán atender que nunca ha estado bien y menos lo está ahora.
Llega a ser una forma de acoso y de violencia que atenta contra su dignidad, su seguridad y su estabilidad y por la que nadie debería atravesar por ello.
Tal vez para algunos haber reaprendido las formas en que se comunican con las mujeres no ha representado ningún problema, pero hay quienes todavía no lo asimilan y no lo aceptan.
Y esto ocurre principalmente en espacios como el transporte público, un servicio que está concesionado por el Estado y que por lo tanto debe ser vigilado y reordenado.
Evitar las violencias en quienes ofrecen servicios públicos, principalmente sobre las mujeres, debe ser una de las prioridades en entidades como Sinaloa y las autoridades deben comprometerse a ello.
Es necesario reeducar a quienes desde los espacios públicos ofrecen servicios a la gente para que reaprendan códigos de conductas y de relaciones que hagan espacios más seguros para todos.
El abuso, el acoso, el hostigamiento, las agresiones, deberían ser cosas del pasado y para lograr que así sea, se necesita la colaboración de todos.