Si en estos momentos México atraviesa por un momento de incertidumbre sobre el futuro de la comercialización del camarón capturado en aguas marinas, es porque no se ha tomado en serio la asignatura de proteger a las especies marinas, sobre todo las que se encuentran en una condición vulnerable.
Después de ser durante mucho tiempo una industria pesquera importante, la de las capturas y consumo de tortugas marinas se convirtió en una actividad que puso en riesgo la supervivencia de esos quelonios que urgió a tomar medidas drásticas de parte de las autoridades, como prohibir sus capturas y comercialización.
Y aunque en las leyes pesqueras la captura y comercialización de especies como la tortuga marina no están ni siquiera en el catálogo pesquero, la realidad es que se trata de una actividad, clandestina, que se sigue ejerciendo.
Y se ejerce, sobre todo, porque el Gobierno, con su equipo de inspectores responsables de hacer valer la Ley, no se han decidido a hacerlo.
Y tan sencillo como que no ha sido capaz de cumplir con una de sus responsabilidades elementales: garantizar que cada uno de las embarcaciones pesqueras cuenten con excluidores de tortugas durante la captura de camarón.
Al no hacer eso, se puso en riesgo una industria pesquera tradicional de México, como es la del camarón, que genera millones de dólares en divisas y miles de empleos en su empaque.
El Gobierno de Estados Unidos alertó primero y actuó después sobre una práctica irregular que el Estado mexicano había manifestado promover y respetar y por esa razón es que se impuso un embargo al camarón de origen silvestre en México.
Y ese embargo cierra las puertas al principal mercado que tiene el recurso pesquero mexicano: el de Estados Unidos.
Lo que urge en estos momentos, a unos días de que termine la veda de camarón en altamar, no es tan solo que se levante ese embargo y se dé la certeza de que el camarón podrá venderse en Estados Unidos. Lo que urge, también, es que la gente ligada al mar, desde las autoridades hasta los “pavos”, estén conscientes de sus responsabilidades y cumplan con las normas.
A nadie conviene violentar las leyes que al final, terminará por aplastar a toda una industria.