Si por algo Mazatlán se ha mantenido en el gusto del turismo es por la disponibilidad que tiene el destino para divertirse en diferentes zonas. Lo mismo lo puede hacer en la playa que en un restaurante, en un centro nocturno que en el malecón. Encuentra diversión garantizada.
Y en esos momentos de diversión la población local también termina involucrándose, reforzando la imagen de un destino cálido para quienes visitan Mazatlán.
Pero esa diversión que se le ofrece al turista se hace a costa de la ciudad. Puede sonar extraño, pero además de la posible derrama económica que el turismo en general deja en Mazatlán, también ocasiona un costo adicional del que pocas veces se repara: el del mantenimiento de la ciudad.
Y el costo para la ciudad se genera por una conducta de los visitantes, y locales, y por una omisión de las autoridades.
Porque sí, aunque Mazatlán celebra que cada vez lleguen más visitantes, también ha sido permisiva para que en nombre del turismo se rompan las reglas. Y entonces, las playas y el paseo costero se llenan de desechos, las calles en las diversas zonas turísticas resuenan con la música alta de los vehículos, el espacio público se convierte en espacio de nada.
Y mantener la limpieza de las playas y las calles de la zona turística cuesta a las finanzas públicas, y también cuesta mantener el orden en una ciudad en la que se han estado acostumbrando, tanto visitantes como locales, a no respetar los reglamentos y leyes y hay que incrementar entonces la vigilancia y los rondines.
Qué bueno que Mazatlán siempre pueda llenarse de turistas, pero qué bueno sería también que se empiece una etapa en la que se respeten los espacios públicos de este destino, tanto por los visitantes como para los locales.
La ciudad merece estar siempre lista para todos y solo puede lograrse mientras haya la disposición del respeto al orden y a la legalidad. Si se deja de lado, ser uno de los destinos turísticos más visitados seguirá costando caro.