Editorial
El comentario de todas las tertulias de ayer en el País fue sobre el desatinado discurso del Presidente Andrés Manuel López Obrador.
El informe trimestral, por casualidades del destino, se dio en un momento clave en la historia mexicana, cuando el País se encuentra a punto de caer de cabeza en el precipicio que significa la emergencia sanitaria.
Pocas ocasiones en la historia de este País, un Presidente ha tenido una mejor oportunidad de hablar con su pueblo, en un momento tan delicado y donde sus palabras podían hacer la diferencia.
Los mexicanos necesitábamos unas palabras de esperanza, un discurso que levantara la moral y que nos mostrara la luz al final del camino. Hacía falta un discurso sencillo, corto y con indicaciones claras que nos dijeran cómo atravesar la dura prueba que se nos viene.
Más que un Presidente necesitábamos un líder, alguien que tomara la responsabilidad de dirigirnos en las malas, dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de sus gobernados. Nunca hizo más falta un factor de unión y no de división.
En su lugar, el Presidente sacó el mismo discurso que le conocemos desde que era candidato, hizo un recuento de las miserias que ha conseguido y trató de motivarnos con la misma hueca esperanza de siempre.
En lugar de unirnos a todos prefirió seguir hablando solo con sus seguidores, prometiendo ayuda solo para los pobres, a las personas de la tercera edad, a los que menos tienen, de los demás sigue sin acordarse.
Hizo el mismo discurso que hacían los priistas y los panistas, aplaudiendo sus “logros” y despreciando a los que lo cuestionan o critican.
Se comparó con los héroes del pasado y defendió sus mismos manidos proyectos de siempre, en un momento en que se necesita creatividad y decisiones valientes.
El Presidente perdió una oportunidad de oro de convertirse en el gran líder que nos hace falta, ojalá que cuando quiera serlo no sea demasiado tarde.