Editorial
La llegada de un equipo de futbol de Primera División a Mazatlán despertó una oleada de pasiones que recorre el País entero, pero no todas las voces han sido positivas, también hay quien ve peligros en una decisión que llega en medio la catástrofe de la pandemia.
Lo primero que se le critica a la noticia futbolera es su “frivolidad”, después de todo hay un virus que nos está matando y hay quienes están discutiendo sobre el color del uniforme que portarán un grupo de futbolistas.
También se cuestiona la naturaleza de la inversión en un estadio que costó 700 millones de pesos y la oportunidad perdida de aprovecharlos ahorita, cuando más los necesita la economía de Sinaloa para reactivarse.
Sobre la primera observación tenemos que decir que es absolutamente subjetiva, habrá quien vea el futbol como simple entretenimiento, mientras hay miles de personas que lo convierten en el centro de sus vidas.
Sin hacerla de “abogados del diablo”, de los 700 millones de pesos podemos decir que 400 provienen de la Federación, un apoyo etiquetado, que en su momento el ex Presidente Enrique Peña Nieto regaló al estado para la construcción del coloso.
Los defensores del proyecto aseguran que finalmente es una inversión que redituará largamente a la zona sur del estado y durante décadas.
La polémica podría ser interminable, pero lo que sí es seguro es que mientras son peras o son manzanas Mazatlán ya ganó, tiene un estadio de futbol de nivel internacional y si todo sale bien, un equipo de Primera División.
Además, la exposición mediática le ha regalado al puerto publicidad que no habría conseguido con millones de dólares.
Mazatlán se convertirá en el único destino de playa con futbol de nivel mundial, porque si tiene un equipo de primera, en un estadio de primera, en cualquier momento podríamos ver a la Selección Mexicana jugando en el puerto.
Los sueños comienzan así y terminan construyendo grandes ciudades.
