Editorial
La actividad turística perdió este año el período vacacional de Semana Santa, uno de los más fuertes y de mayor movilidad y apenas pudo rescatar algo de lo que corresponde al período vacacional de verano.
Las crisis, la de la pandemia del Covid-19, y la económica, ocasionado por esa pandemia, limitaron la capacidad de viajes durante este 2020, en un contexto que, por ejemplo Sinaloa, no había resentido salvo en algunos momentos en que la violencia se presentaba de manera frecuente.
Para bien o mal, en Mazatlán el sector turístico, como ocurrió tal vez en otros destinos, logró rescatar parte de lo que la pandemia obligaba a mantener todavía encerrado: las actividades de viaje.
En la última semana de las vacaciones de verano, los hoteles reportaron que la ocupación logró niveles del 50 por ciento, el nivel más alto permitido por las autoridades sanitarias ante las medidas para contener más contagios.
Sin embargo, no se ve claro que las cosas vuelvan a ser como antes, con una población mermada, condiciones de salud en vilo y un pronóstico aún incierto.
La Organización de las Naciones Unidas ha contabilizado miles de millones de dólares en pérdidas para la actividad turística, que ninguna de las crisis recientes había generado.
Y recuperar lo que antes de esta pandemia se tenía será una carrera cuesta arriba, cuando las condiciones sanitarias sean más seguras y las condiciones económicas de la gente sean mejores.
El turismo, como la vida, no volverá a ser igual después de la pandemia. Y mientras llega esa recuperación, valdría la pena adoptar la recomendación de las Naciones Unidas: que el turismo sea más amigable con la naturaleza.
El 2020 será un mal año para la industria turística pero el que viene deberá de ser de retos: destinos e infraestructura que aseguren buenas experiencias para quienes deciden viajar. La efectividad que tenga será la que determine quién seguirá avanzando.